domingo, julio 23, 2006

CREATURA - SEXOLOGIA, EROTISMO, IMAGINACION, REFLEXION, CREACION...



...CUENTOS INCREIBLES...

NO SUFRIR
(Un cuento increíble de Verónica Ocaña)


El señor Wrong se levantó un buen día decidido a cambiar su vida. Se dio cuenta de que por algún motivo era infeliz, y tras meditarlo detenidamente, decidió eliminar de su vida todo sufrimiento. “El sufrimiento – se dijo- es sin duda el culpable de que yo me sienta mal frecuentemente. El sufrimiento no le gusta a nadie. Yo puedo aplicarme y empeñarme y eliminar el sufrimiento de mi vida, y de esta forma, ser más feliz”.

El señor Wrong tenía la mejor de las metas posibles: ser feliz. Por ello, dedicó toda su atención a la tarea. Ser feliz a través de la eliminación del sufrimiento… ¿qué faceta de su vida debía modificar antes…? Veamos… estaba el trabajo, estaban las actividades de ocio, y por supuesto, por supuesto, estaba el área delicada de las relaciones personales.

Comenzando por el área laboral, el señor Wrong decidió que su trabajo le causaba sufrimiento: debía levantarse por la mañana para meterse en un vagón lleno de gente que solía oler regular tirando a mal, aguantar en una oficina gris y plomiza un jefe tiránico y lleno de taras laborales y morales, unos compañeros insolidarios y tristes, unas tareas rutinarias y pesadas… todo ¿para qué? Todo le causaba malestar, todo le agobiaba, le entristecía, le pesaba… así que, puesto que afortunadamente contaba con medios económicos suficientes debido a una herencia, decidió abandonar el trabajo y buscar otro empleo que no le causara sufrimiento.

Durante tres semanas compró periódicos y asistió a entrevistas, y comprobó que todos los trabajos le parecían aburridos y monótonos, que los entrevistadores y las empresas le disgustaban, y las tareas le resultaban tediosas. Así que pensó… “¿para qué trabajar…? No necesito el dinero y todo esto me está haciendo pasar malos ratos. ¡no trabajaré!”

Y a partir de ese momento, el señor Wrong se dedicó a sus actividades deportivas y de ocio, a sus pasatiempos, a salir y viajar, y a visitar amigos. Y comprobó que su decisión no podía haber sido mejor, puesto que dejó de sufrir por su trabajo.

Pero esto, por supuesto, era para el señor Wrong sólo el principio de una profunda reconversión dirigida a no sufrir más. Miró a su alrededor, y encontró que en el mundo de sus pasatiempos también pasaban cosas que lo hacían sufrir. Por ejemplo, en el último viaje realizado (a un país exótico de nombre impronunciable), le habían robado en el aeropuerto, y había pasado mil penurias para que le enviaran dinero. En otro país, un tipo muy desagradable, compatriota suyo para su desgracia, se había pegado a él como una lapa y le había arruinado varios días muy hermosos por bellos lugares. En otro viaje, pilló un virus desconocido y en otro sufrió una gastroenteritis muy desagradable. En todos los viajes, por añadidura, se sentía agotado y un poco deprimido al volver a casa: tal vez todo era siempre más bonito en las postales. Y decidió que no quería volver a sufrir por tanto ajetreo, tanta desventura y tanta complicación, por lo que decidió que no volvería a viajar en una larga temporada.

Y a partir de ese momento, el señor Wrong se dedicó a sus actividades deportivas y de ocio en su propia ciudad, a sus pasatiempos, y a visitar amigos de su ciudad. Disponía de más tiempo y verdaderamente tenía menos complicaciones. Y comprobó que su decisión no podía haber sido mejor, puesto que dejó de sufrir por los viajes.

Tras unas semanas de salir con los amigos, su tranquilidad se acabó. Fuera porque los veía más a menudo, fuera por las circunstancias personales de cada uno de ellos, fuera por otros motivos, el señor Wrong discutió con varios conocidos y tuvo varios desencuentros con sus amistades. Entonces, de verdad, sí sufrió el señor Wrong. Sentado en su hermosa casa, con todo el tiempo disponible para él, meditó y meditó sobre lo que él dijo, lo que le dijeron, sobre los motivos para lo que le dijeron, sobre las otras posibles cosas que sin duda deberían haberle dicho, sobre la ingratitud humana, sobre la falsedad de las personas, sobre las decepciones y el amor. Y en estos días sintió que su corazón se rompía, ya que, razonaba él, si tanto había luchado y a tanto había renunciado por no sufrir, ¿cómo era posible que ahora esta parcela de su vida le creara tal trastorno, las noches sin dormir, las palabras medidas y nunca adecuadas, el constante preocuparse por el otro, la tristeza del desencuentro…? ¿De qué le servía, verdaderamente? ¿no era aquello lo que más daño le estaba haciendo? Así que un buen día, decidió romper con todas sus amistades. Pensó que le hacían daño constantemente con sus pequeñas intrigas y sus tonterías, y sólo encontró complicaciones y problemas en estas relaciones. Decidió que más adelante, cuando pasara una época tranquilo, encontraría la forma de lograr nuevas amistades mucho mejores, amistades que no le hicieran sufrir nunca.

Y a partir de ese momento, el señor Wrong se dedicó a sus actividades deportivas y de ocio en su ciudad, a sus pasatiempos (esta vez solitarios), a salir solo. Y comprobó que su decisión no podía haber sido mejor, puesto que dejó de sufrir por sus amigos.

Parecería que todo era perfecto en la vida de nuestro querido señor Wrong, sin embargo, no era así. Al cabo de varios meses de tranquilidad y de paz sin problemas, complicaciones o sufrimientos causados por los motivos de los que se había ya deshecho, el señor Wrong encontró que verdaderamente tenía muchas más cosas en su vida que le hacían sufrir de las que él imaginaba. El trabajo iba a ser largo y duro, de cara a librarse de tanto motivo de sufrimiento, puesto que descubrió nuevas causas de problemas, complicaciones y displacer, y bastante graves.

El señor Wrong llevaba ya tiempo meditando acerca de que, aunque había tenido un notable éxito librándose de complicaciones, molestias y problemas que le hacían sufrir, por algún inexplicable motivo no se sentía bien, no era feliz. Pensó y pensó (tenía tiempo de sobra) hasta que encontró la razón. Y la razón era que tenía otras muchas circunstancias que le hacían sufrir, y por lo tanto, de las que debía librarse, una de las cuales, la más grave era su cuerpo, y concretamente sus miembros, brazos y piernas. Los miembros del cuerpo del señor Wrong le causaban molestias, complicaciones y problemas sin fin… y no es que fueran unos miembros insanos o padecieran enfermedades, es que, bueno, pensándolo bien, la pierna derecha, por ejemplo, se tropezaba constantemente con los muebles del salón (especialmente una mesita baja que había), su tobillo se torcía constantemente, al caminar a veces se golpeaba (con objetos, con otras personas…) por lo que a veces tenía moratones en ella, se cansaba y en invierno le dolía la rodilla. En definitiva, le hacía sufrir con miles de miles de pequeñas molestias por el estilo, que su continuidad hacía insufribles.
Por otra parte, pensaba el señor Wrong, cuatro miembros, dos piernas, dos brazos… eran demasiado miembros, demasiados miembros… dos piernas y luego dos brazos, llenos de receptores sensoriales que le transmitían mensajes de dolor, de calor excesivo, de frío abrumador, de golpes o rozaduras, llenos de piel sensible que sufría alergias, eccemas, picaduras, arañazos, cortes… llenas de sensibilidad para sufrir.
El señor Wrong sufría sobre todo debido a su pierna derecha, en la que su rodilla le causaba especiales molestias. Además, el gemelo de esa pierna solía “montársele”, y por si fuera poco, sufría frecuentemente esguinces. Estaba harto, y sensatamente decidió no sufrir más. Decidió que aquella pierna debía desaparecer. Y lógicamente, buscó un médico apropiado, y tras pagar una suma adecuada, se la amputó.

Y a partir de ese momento, el señor Wrong se dedicó a sus actividades en su ciudad, a sus pasatiempos. Y comprobó que su decisión no podía haber sido mejor, puesto que dejó de sufrir por su pierna derecha, ya que no la sentía, ya que había dejado de existir.

Podríamos pensar que por fin, tras mucho meditar y trabajar por dejar de sufrir, el señor Wrong era por fin feliz. Sin embargo, extrañamente, no lo era. Él mismo era consciente de esta circunstancia, y siendo como era un hombre activo e inteligente, decidió resolver de una vez por todas la cuestión. ¿Qué era lo que le causaba sufrimiento ahora…? Tras mucho pensar, se dio cuenta de que el esfuerzo anterior con la pierna derecha había sido sólo un parche. Aún tenía tres miembros más llenos de posibilidades para sufrir, y que diariamente le causaban un sinfín de molestias y pequeños disgustos, y dolores… decidió, pues ponerse manos a la obra, y pensó que sin duda, de ellos, el que más le molestaba era el brazo derecho… que era el más sensible… así que decidió…


(Continuará…)








CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN:

- Todos los seres humanos buscamos la felicidad.

- La felicidad a veces se busca a través de la eliminación del sufrimiento.

- Cada elemento de nuestra vida que nos aporta sensibilidad y emociones, puede hacernos sufrir.

- El sufrimiento es la otra cara de la ausencia de algo que hemos querido mucho. Sufrimos mucho porque queremos mucho.

- Cuando eliminamos de nuestra vida un elemento que nos hacía sufrir, también eliminamos las posibles satisfacciones que podría habernos aportado.

- Cuando tratamos de eliminar el sufrimiento eliminando un elemento necesario para nuestra felicidad, eliminamos el sufrimiento y la posibilidad de la felicidad. Con lo cual no eliminamos el sufrimiento.

- El ser humano que no está en contacto con sus verdaderas necesidades, emociones y sentimientos, que no está en contacto consigo mismo, puede mutilar una parte de sí mismo muy importante para su felicidad.

- El ser humano necesita y busca el afecto. El afecto a través de la amistad, y el afecto a través de una pareja, son muy importantes para ser feliz, ya que cubren necesidades básicas del ser humano (necesidad de contacto, necesidad de cercanía emocional con otro/otros…).
...CUENTOS INCREÍBLES...
Modelo exclusivo

(Un cuento increíble de Verónica Ocaña)

Ya desde el inicio te calé, y ví enseguida que ibas a complicarme la vida. Maldito huevo salido del mismo huevo que yo. Cuando comenzó mi existencia, desde el mismo momento de la concepción, pensé en que allí estaba, única irrepetible, yo, individual, viva, combinación exclusiva… y luego me dividí, sentí una cosa extraña. Me partía, me separaba de mí… pero me quedé en mí. Era yo de nuevo, pero a mi lado había otra yo que enseguida identifiqué como distinta. Realmente, enseguida comprendí que no era yo, aunque en un primer momento la sensación angustiosa de permanecer en dos cuerpos me abrumara. Después comprendería que tal vez en ese instante estaba eligiendo. Porque yo elegí, sí, yo fui primero. Fui primero. Yo era antes que ella, tan seguro como que el mundo es mundo, porque ya antes de la división, comenzó mi conciencia, y estaba yo sola. Pero luego no. Luego esa partición odiosa, ese temible irme de mí y quedarme. Y después ese yo me fue extraño, y con esa sensación te ví por vez primera. Vampira, monstruo fotocopiado, imagen falsa, ahí te ví, como si me viera reflejada en un espejo que no me obedecía, porque tú no hacías lo que yo hacía, enseguida me dí cuenta, y cuando comencé la mitosis, ahí estabas tú, mitoseándote lo más rápido que podías, zorra miserable, esperando adelantarme, pero ¡ja! Yo enseguida comprendí tus intenciones y mi mitosis y tu mitosis entraron en una carrera sin frenos, en la que unas milésimas de milésimas de segundo me daban a mí la ventaja que no pensaba desaprovechar.
A partir de esa hostil mitosis por ti iniciada, todo entre nosotras se torció. Es verdad que tal vez se torció incluso antes, que tal vez no soporté ese separar y escindir en otra miserable fotocopia de mí y ya te odié, y tú lo notaste, y ahí comenzó también tu respuesta. Pero no, fuiste tú, la que iniciaste la carrera. Y yo me limité a intentar por todas mis fuerzas no perderla.

Si tu producías una manita, ahí estaba yo, adelantándome a la tuya con mi diminuto proyecto de manita. Si tu iniciabas un ojito, yo tenía ya listas las células madre dispuestas para adelantarte. Si tu corazón hacía un amago de latir, el mío llevaba ya dos latidos por lo menos. Mi actividad cerebral se inició exactamente 7 milésimas de segundo antes que la tuya. Mis genitales se configuraron antes por centésimas. Mi primer pelo, ocho milimilésimas de segundo antes (en esto por poco me ganas). A todo esto asistías con fingida (mal fingida) indiferencia, que yo detecté fácilmente. Pero lo que jamás te perdoné fue ese dedo meñique, esa uña de dedo meñique, mucho más formada y consistente que la mía. Fue un descuido por mi parte, es cierto, estaba tan centrada en que no me adelantaras en la formación y puesta en marcha de los riñones, que no presté atención a esa pequeña uña, y no formé apenas la mía. Y, cuando, satisfecha por el funcionamiento (anterior al tuyo, por supuesto) de mis pequeños órganos, me giré en mi líquido amniótico, del que procuraba separar del tuyo siempre haciendo pequeños movimientos con el fin de espantarte, me giré y vi aquella uña insolente, creada (tú, miserable, lo sabes bien) antes, mucho antes de lo que te correspondía, de lo que corresponde a un feto de tu edad y de la mía, me sentí estafada por una traidora tal que no le importaba desafiar las leyes de la naturaleza y la edad, para crear la uña con células madre que había de precisar para otros órganos que venían a continuación en el ciclo normal de desarrollo fetal, y en los que, al parecer, no tenías intención de competir conmigo. Maldita. Alteraste las reglas del juego, bien lo sabes, y me obligaste a tomar cartas en el asunto. Yo no habría, por mi gusto, llegado a ciertos extremos. Pero me pusiste entre la espada y la pared. Y por eso, aquel día, fue más dura que de costumbre defendiendo mi territorio. Me alteré, flotando como un diminuto astronauta en el espacio prenatal, y moviendo sin cesar mis aun pequeños y apenas formados miembros, traté de aumentar mi área personal, mi independencia y mi autonomía en la pequeña zona de que disponía en el seno materno, intentando arrinconarte en el último y diminuto recoveco de la barriga de mamá, en la última esquina del maldito territorio que compartíamos, y del que no podríamos escapar al menos en unos meses. Me trasladé, me moví, me giré hasta hacer incómoda tu presencia en parte de la nueva zona que mi frustración consideraba adecuada para mí. Pero tú, maldita, te empeñabas en desafiarme, y por cada área conquistada, te asignabas otra mía. Bailamos como locas en el seno materno, yo me movía, y tú, como siempre, hacías el siguiente movimiento, como en una partida de ajedrez, como en un dominó, cada uno de mis pasos era puntualmente seguido por ti, y así no había manera, no logré aumentar mi escaso terreno, ni un poquito más, mis brazos y mis piernas chocaban con los tuyos y (pensé con horror) la cosa sería aún peor cuando creciéramos más… aquello no podía quedar así, debía establecer un nuevo estado de cosas, o el embarazo sería para mí una etapa dura y terrible, de lucha constante. Así que decidí recurrir a la violencia, y sin más preámbulos, te propiné una patada en la recién formada nariz. Deseé que de resultas de la misma quedaras deformada de por vida, achatada y fea, para que en un futuro lejano, después de multitud de humillaciones en la infancia (donde te llamarían “cerdita” o algo peor) y sobre todo la adolescencia, suplicaras a papá y a mamá una operación de cirugía estética para corregir ese inexplicable defecto congénito, que sin embargo yo, tu hermana gemela, no habría heredado, naciendo con una nariz perfecta de proporciones griegas y algo respingona, lo que le daba gracia.
Pero tú, cucaracha infame, me devolviste de forma imprevista la patada. Jamás habría imaginado semejante hecho insólito, no tardaste ni media milésima de segundo en golpear con tu pierna mi recién formado culo. Y además, para mi desgracia, lograste esquivar parte del impacto de mi patada. Tu puntapié me desplazó por el líquido amniótico hasta chocar de bruces con la pared opuesta, más o menos en la zona del ombligo de mamá, y entonces me cegué. Olvidé precaución y prudencia, y me lancé contra ti, desgraciada. Tu, aberración descarriada, te valiste de esa malformación de una época futura, esa uña del dedo meñique, para atacarme con saña, y yo olvidé formar varios de mis organos y completar otros tantos con tal de tratar de saltarte un ojo. Si lo lograba, tal vez quedaras tuerta de por vida, mucho mejor que lo de la nariz. Si no, podría incluso deformártelo para hacerte desagradable la cara que me habías copiado, y de estar forma quedar patente y bien patente, nuestras diferencias. Pero no logré, por más que lo intenté, saltarte un ojo. Lo más que conseguí fue tirarte con mis escasas fuerzas de una mierda de pelillos que habías conseguido desarrollar en la coronilla. Y te los arranqué ¡qué satisfacción! Pero tú pateabas mientras sin cesar mi culo, y la satisfacción quedó atemperada por esto. Y me arañabas, maldita perra ridícula, con esa uña deforme que tuve el gusto de partirte cuando tratabas de clavármela en el cráneo. Supuso para mí un duro golpe, comprobar cómo mi propia hermana intentaba causarme una conmoción cerebral prenatalmente, fue descubrir tu ruindad y mi corazón quedó helado por el horror. Decidí matarte allí mismo, diseccionarte y empujarte por el canal uterino hasta abortarte de mala manera, pero no era tarea fácil, no te dejabas enganchar y pegabas tan fuerte como yo.
Y así transcurrió un día, y dos, y tres, y pasaron los meses, y conforme mamá engordaba, y nosotras engordábamos, no dejábamos de pelear y pegarnos, y cada golpe de una era devuelto por la otra, y pasábamos la mitad del día tratando de reconstruir las zonas dañadas y reparar los destrozos, con lo que nuestro desarrollo se resintió bastante.
Los únicos momentos en los que dejamos de pelear, fueron las constantes ecografías que, llevada por nuestros atípicos y brutales movimientos, mamá se realizaba sin cesar. Cuando sentíamos que mamá se tumbaba, y el médico posaba sobre ella el resbaladizo aparato que nos espiaba en el útero, deteníamos nuestra inquebrantable pelea, y fingíamos flotar inocentes por el espacio uterino, pendientes de chuparnos el dedo o alguna sandez similar. Oíamos amortiguadamente al médico decir “ve, señora, como todo está bien” y a mamá responder “es una cosa tan rara, siempre tengo como ese run-run dentro, y cuando vengo aquí se calma” “son los nervios, señora” “ya, ya” decía mamá sin mucha convicción.

Y hete aquí que llevábamos así ya ocho eternos meses. Yo había logrado que mi horrenda hermana fotocopiada estuviera ya casi calva, a costa de arrancar pacientemente uno a uno los esmirriados pelos que producía. Pero ella, la copia falsa, había logrado que mi cara pareciera un mapa de carreteras, con esa horrible costumbre de dedicar una parte importante de sus recursos a hacer crecer sus uñas de manos y pies, con las que se convirtió en una adversaria terrible, y he de decir que no logré matarla y abortarla, tal y como era mi deseo, en esos ocho meses. Pero me consolaba pensando que la muy estúpida había descuidado, por mor de hacer crecer sus uñas, el desarrollo de órganos vitales como los pulmones y el corazón, que tenía muy debilitados. A tal efecto, mis más mortíferos puñetazos se dirigían a esos organos, por ver de parárselos en seco, especialmente el corazón de rata que tenía. Pero tampoco lo logré.
Finalmente, un siniestro día de primavera, estaba yo recomponiendo mi carita con células que me habían sobrado de otras zonas, y rumiando sobre la cuestión si debía ya patear a mi hermana con mi pierna derecha que había desarrollado (y aún entrenado en secreto) al objeto de propinar a mi hermana una patada certera que le detuviera definitivamente el corazón, cuando la muy perra me propinó un fortísimo puñetazo en los riñones, mi zona más débil. Gríte en la silenciosa habitación uterina, y me retorcí por el dolor que la infame me había causado, cuando un segundo puñetazo volvió a contorsionar mi pequeño y delicado cuerpo. No podía yo imaginar que a la vez que entrenaba mi pierna, ella hacía lo propia con el brazo, pensé que dormía cuando entrenaba yo y no pensé que cuando yo dormía ella entrenaba. La serpiente venenosa. Y no tuve tiempo de defenderme cuando una lluvia intensa de golpes cayó sobre mí. Lloré de rabia y dolor. Me retorcí, gemí, aullé. No atiné a defenderme, lanzaba patadas sin ton ni son y no fui capaz de acertarle. No sé de donde sacaba tanta fuerza. Y sucedió. Mi madre, asustada por el movimiento y los golpes, acudió al hospital, donde llegó en un estado de total ansiedad. Mi hermana continuaba su frenética paliza, pero para entonces yo ya me había repuesto algo, aunque no lo suficiente. Le lancé un par de patadas que la dejaron momentáneamente KO, pero se reponía enseguida, y por cada embestida mía, recibía cuatro veces más.
El médico, según pude oír a través de la trifulca, lo dispuso todo para una cesárea de emergencia. Parecían todos muy asustados. Mi mamá gritaba, las enfermeras gritaban, todo parecía dar vueltas, y los golpes no cesaban. A través del pequeño ojo que no tenía hinchado, pude ver que el liquido que nos envolvía, normalmente de un tono blanquecino, presentaba ahora un aspecto rojizo y denso. Me sentía mal. Esperaba que al menos, a ella le doliera el cuerpo la mitad de lo que me dolía a mí. Que sufriera de veras. Y de repente, no sé, sentimos como una convulsión, como un movimiento extraño en nuestro mundo. Mamá estaba tumbada desde hacía rato, y yo note como que el líquido que nos envolvía disminuía. Me sentía mareada, pero mi hermana continuaba golpeando y la furia nos cegaba, estábamos ya medio abrazadas en un golpe continuo, enredadas y heridas pero sin cesar la lucha. Me asaltó la certidumbre de que era una lucha a muerte, y de repente, como confirmando mis terribles pronósticos, un objeto enorme y extraño apareció allí, en mi micromundo, causándome un susto de muerte, tremendo, era una mano enorme, casi como yo de grande, sobándome y tanteándome en un atroz reconocimiento. Me dí cuenta de que me iban a sacar de allí de inmediato, y que harían lo mismo con el calco asqueroso. Ideé rápidamente un plan maléfico, y con gran sigilo, en medio de la confusión, rodee el cuellito de mi repugnante copia con su cordón umbilical, riéndome para mis adentros. Pensé, “ya verás cuando te saquen, ya verás, será un visto y no visto”. Y lo logré, me mondaba de la risa cuando mis piernecitas salían las primeras (no podía ser de otra manera) por la raja que le habían hecho a mamá. Me mondaba de la risa aún cuando, al casi sacar la cabeza, descubrí que me costaba, que no salía, el médico tiraba y yo no salía. Cuando miré para abajo, horrorizada, comprobé como mi pesadilla gemela me sujetaba por un brazo con la fuerza tremenda del bracito entrenado, y con siniestra precisión trataba de rodear mi cuello con mi maldito cordón umbilical. La muy perra. Ni siquiera se había dado cuenta de que el mismo collar, tal vez mortal, rodeaba su propio cuello. Ya casi lo había logrado, ya casi me veía ahorcada, y el bestia del médico cada vez tiraba más fuerte, cuando por primera vez miré a mi hermana y le hablé. Le hablé y le dije “ocúpate mejor de tu propio cordón”. Fueron mis primeras palabras para el reptil imitador. Y ella me miró, y un segundo después ví que había comprendido. Abandonó su tarea cuando ya prácticamente estaba rodeada por mi propio cordón, y el médico casi me sacaba. Me soltó, el cordón no llegó a rodearme el cuello, y sólo me apretó un poco la espalda y el costado (lo suficiente para tenerme dolorida un mes) y salí a la luz, como no puede ser de otro modo, llorando.
Cinco minutos después veía la luz la repetición aberrante. Confiaba en que no hubiera tenido tiempo de quitarse el cordón, o al menos no lo suficiente como para que como mínimo le causara una demencia de profunda a mediana, de forma que fuera fácilmente manipulable, y susceptible de sufrir accidentes (“pobrecita, si con lo tontita que era, es natural que haya caído debajo de un camión/apisonadora/cortadora de césped”).
Pero tras la tensa espera, allí salió la repetición antinatural más fresca que una lechuga. Pero debió de agobiarse hasta el último momento, porque también salió llorando, y con la cara hecha una pena, todo hay que decirlo.

Y, bueno, desde entonces las cosas no han cambiado mucho. No voy a aburriros con los diversos accidentes y pormenores escalofriantes de una fraternidad tan peligrosa como la mía. Pero una cosa sí os digo. Hoy es la noche de nuestra pedida de mano (hasta aquí ha llegado detrás de mí, como veis sigue igual que el primer día, todo lo imita, todo me lo copia) y tengo mi venganza a punto. Es posible que se trate de una instalación eléctrica hábilmente preparada, con el automático listo para no saltar. Es posible que se trate de un recipiente lleno de ácido. Es posible que se trate de un veneno que no deja huellas. Es posible, incluso, que no tenga nada preparado y me limite a buscar la ocasión de golpearla en la cabeza con el primer instrumento contundente de que pueda proveerme. No lo sé. Pero una cosa sí os digo. Esta es mi noche, ya lo creo. Calco infame, que encima se ha atrevido a venir con el mismo vestido que yo.


...CUENTOS INCREÍBLES...

Con la luz encendida dentro.
(Un cuento increíble de Verónica Ocaña).

Hay quien dice que en este mundo todo lo puede explicar la ciencia. También hay quien dice que no creerá un hecho hasta que lo presencie con sus propios ojos. Hay quien vive pendiente de los martes y los 13 y los gatos negros, y las escaleras (un fastidio, sobre todo, lo de las escaleras…). Pues verá usted, yo no soy ni de lo uno ni de lo otro. Soy una persona sencilla. Es verdad, tal vez, que sea más de las que creen en lo que ven… si es que he de decantarme por algún bando…

Pero tal vez haya cambiado en los últimos tiempos, y ahora, por contra, crea en lo que no veo, al menos a veces, y viceversa. Por otra parte ¿quién dice que los ojos son fieles testigos de nada? Los ojos en realidad interpretan lo que ven, y además no lo hacen ellos, lo hace el cerebro. Los ojos simplemente transmiten información sin sentido, y nuestro espacio, nuestros colores, nuestras figuras y por supuesto, nuestro reconocimiento, comprensión y significado se produce en una intrincada masa retorcida de neuronas, casi como si fuera el espacio pero dentro de nuestra cabeza.

¿qué me ha hecho cambiar de opinión? Un único suceso. Un único hecho que vino a trastocar mi sencillo universo sin martes ni trece ni crucifijos mágicos, sin ovnis ni marcianos ni visiones ni tampoco pura ciencia. Sólo un universo de mujer sencilla, lógica pero sencilla.

El inicio de todo fue tan vulgar como cualquier tarde-noche olvidada en la memoria, que no en el espíritu. Una de aquellas tardes que no tienen nada de particular, ni bueno ni malo, que pasas en casa trabajando con la calefacción puesta, y sumida en el mundo luminoso de la pantalla de un portátil. Una tarde con su café y sus escasas pausas, y su normal transcurrir laborioso. Una de aquellas que añoramos luego, sin haberlas disfrutado, o tal vez sí las disfrutamos pero por repetidas, las desvalorizamos. Tan gastadas y valiosas.

En una de aquellas tardes yo escribía, escribía, escribía… sin tregua, sin interrupción, perfectamente sumida en el mundo de lo que en mi cabeza tomaba forma y cuerpo en la pantalla. Mi mente y mis manos concentradas en su tarea, los dedos ágiles sobre el teclado, adelantado el pulsar de mis dedos a mis pensamientos. Los ojos fijos en la pantalla. Mi gato bostezando en la cama situada a mi espalda. Mi café reposando tan peligrosamente como puede reposar un café al lado de un teclado. Mi mundo eran esos dedos que se movían veloces, y el clic-clic del suave teclado y no había nada más… nada más hasta que mi gato saltó sobre el teclado en un velocísimo movimiento desde el suelo que no pude prever.

Y en un minuto, zas, el café que se derrama, el teclado que se mueve, el gato que sale espantado, y yo que suelto una maldición y salvó de milagro el portátil, que queda tenso de su cable sobre la mesa mojada mientras el denso olor del café, agradable incluso frío, llega hasta mi nariz.

Con extremo cuidado, dejo el portátil en el suelo. Lo desconecto. Me dirijo a la cocina. Cojo un trapo de cocina. Vuelvo al cuarto, no, me arrepiento, un trapo de cocina no es lo mejor, voy a ponerlo perdido y empapado y lo tendré que lavar después, u olerá asquerosamente. Me vuelvo, pero me arrepiento y me vuelvo de nuevo. El café gotea ya sobre el suelo, que quedará pegajoso a menos que lo friegue. Maldigo. Me vuelvo. El gato me sigue, contento de que al fin me haya movido del asiento, supongo que la próxima vez que observe que paso más de tres horas pegada al ordenador volverá a saltar sobre mi café para que me levante. Vuelvo a la cocina, pensando en el café que chorrea, gota a gota (pero muy rápida ya la sucesión de gotas) y en las zapatillas de estar por casa, de paño, que se empaparán de café frío. Cojo una bayeta, me arrepiento a mitad de camino pero no vuelvo. Me dirijo al suelo mojado, me agacho, lo seco torpemente, empapando la bayeta y sin acabar de recoger todo el líquido, que se esparce en gotitas grises. Maldigo al gato al que tanto quiero. Mis zapatillas de estar por casa, efectivamente, se han empapado. Bueno, así las lavo, que estaban ya un poco negras de mierda. Tras un par de viajes a la cocina a estrujar la bayeta, el suelo está medianamente seco, la habitación huele a café y yo me dispongo a continuar por donde iba… pero, bueno, pensándolo mejor, decido ducharme. Tanto moverme por el cuarto me ha dado la ocasión de olerme a mi misma y decido que efectivamente, es mejor que me duche.

Así que dispongo mi atuendo para cuando salga de la ducha. Tanga rojo, bueno, no, mejor bragas de regla, porque hoy no espero visita, aunque me deprime llevar las bragas de regla sin regla, así que mejor braguillas verdes (una cosa intermedia) y me voy para la ducha.

Cuando estoy dejando las cosas en la ducha me acuerdo del gato. Seguro que se dedica a pasear sobre el portátil, es uno de sus pasatiempos preferidos. Si toda la mesa está despejada, él pasea sobre el portátil. Si la mesa está llena de cosas, él pasea sobre el portátil. Si le regañas, y lo bajas al suelo, vuelve a subir al portátil. Pero no quiero apagar el portátil, lo voy a volver a encender dentro de un rato… así que ven aquí, Micifuz, y cierro la puerta dejando el portátil encendido y la luz de mi lámpara que apunta directamente a la pantalla blanca y con rayas de Word visto a cuatro metros por una miope.

Me meto en la bañera, cociéndome a fuego lento como a mí me gusta, mientras me pregunto (lo recuerdo porque siempre me lo pregunto) cuánto más tendría que subir la temperatura del agua para que mi carne comenzara verdaderamente a cocerse como un trozo de ternera en agua hirviendo. ¿Tendría que subir muchos grados más? ¿sería humanamente soportable el dolor, antes justo de llegar ya a cocerme? ¿estaría viva mientras me cocía? Y con todo esto, ya tengo arrugados los dedos. Como a mí me gusta. Vuelvo a girar el grifo del agua caliente, lo haré seguramente durante más de media hora (eso duran mis baños), abriéndolo y cerrándolo hasta conseguir el punto justo de cocción… pero esta vez el agua sale fría, espero y espero… y sigue saliendo fría. Supongo que el calentador se ha apagado… y con gran disgusto termino mi baño en menos de la mitad del tiempo habitual. Hoy saldré poco hecha. Pero en fin, así continuaré mi trabajo. Me seco con una toalla asquerosamente húmeda (este baño sin ventanas) y me siento más húmeda que dentro de la bañera, me lavo los dientes y en un equilibrio precario, vestida con mi toalla, abro la puerta del baño, la cierro (milagrosamente) y me desplazo un par de metros hasta la puerta de mi cuarto.

Entonces fue cuando percibí que algo no iba bien. La puerta de mi cuarto estaba cerrada, y en la rendija entre mi puerta y el suelo, se colaba la luz. Una luz amarilla, en cierto modo acogedora. Evidentemente, la lámpara en mi cuarto estaba encendida, con la puerta cerrada, y yo estaba fuera. Durante un segundo, una duda pasó por mi cabeza. Yo vivo sola. Si yo estoy fuera de mi cuarto, ¿Quién está dentro con la luz encendida, y haciendo qué?. Qué tontería, me digo. Yo he dejado la luz encendida. Yo he dejado incluso el portátil encendido, y luego he cerrado la puerta, con la luz encendida dentro. Pero allí, todavía un poquito mojada, con la ropa sucia, y los zapatos, y la toalla del pelo, y parte del pijama en mis atestadas manos, frente a mi puerta cerrada con la luz saliendo por debajo de ella, me sentí una intrusa en casa ajena, que se dispone a violar la intimidad de alguien que está cómodamente instalado en su habitación haciendo alguna tarea importante o no, cobijado seguro en su hogar, tranquilo y caliente en su silla y sobre su mesa y rodeado de sus cosas. Sacudí la cabeza, qué estúpido, si hasta sentía el impulso de llamar antes de entrar, porqué será que las luces, sobre todo amarillentas, crean esa sensación confortable de estar introduciéndote en un lugar habitado. Me reí para mis adentros aunque con inquietud, doblé el picaporte y abrí la puerta.
Y allí estaba. Sentada en su silla, efectivamente. Ante su ordenador, iluminada por su lámpara, en su silla sentada, escribiendo frenéticamente. Yo, que vivo sola, la ví, a ella, en mi propia casa, haciendo lo que siempre hacía, distraída tanto como de costumbre, ensimismada, ausente, tanto que no me vio desplazarme temblorosa y asombrada hacia el borde de la cama para dejar mi toalla húmeda y mi ropa sucia, y mi pelo chorreaba sobre el rostro y no me despertaba de aquel sueño, era tan extraño, tenía y no tenía miedo, al fin y al cabo vivo sola, y todo en fin, era al fin y al cabo familiar, nada raro, allí estaba ella, en su lugar, continuando su trabajo, sin un café como el mío, supuse que al rato se haría otro, olía demasiado a café como para no caer en la tentación, y de repente Micifuz entró y se dirigió directamente hacía ella, tuve miedo hasta que comprendí que no estaba asustado ni temeroso a pesar de odiar y aún atacar a veces a los extraños, pero claro, cómo la iba a atacar a ella, si era su amiga, su compañera, la que algunos llaman dueña. Y de un ágil salto, similar al que dio para derramar su café, se posó suavemente sobre sus muslos y rodillas flexionadas (es casi como si en el tramo final de un salto los gatos volaran, se detuvieran en el aire y la gravedad no les afectara…) y después se volvió sobre sí mismo como sólo hacen los gatos para pillar su postura.

Yo me sentía sumamente incómoda, mojada, e incrédula. Sumamente aterrorizada. Allí estaba yo, y ahora, ¿Qué podía hacer? Ella no me había visto, ni siquiera se había vuelto, absorta como estaba en su tarea. Y allí estaba yo, en una posición bien inquietante. Frente al ordenador, escribiendo, frente a la cama, mojada. Mirándome a mí misma, allí estaba yo, en la intimidad de otra que no era otra que yo, en mi cuarto interrumpiéndome a mí misma en mi trabajo, que continuaba haciendo mientras me duchaba, que continuaba haciendo mientras me dirigía a mi cuarto y veía la luz debajo y lo abría y dejaba las toallas, húmeda aún y seca. Porque con la luz debí dejarme allí a mí también, perfectamente sentada después de tirar el café, sin duchar todavía, extraña y siniestra yo separada y otra de mí, y yo también, extraña pero con conciencia de mí, temblando ahora mirándome. Grité, no puede soportarlo más, y el gato salto y bufó, y ella se volvió y me miró, con aquella mirada, con aquellos ojos, mis ojos, desde un par de metros de distancia, mirándome sin entender, asustada tal vez y aún con los sentidos en el ordenador y en mí trabajo, mirándome sin entender qué hacía yo allí, recién salida de la ducha, gritando, y no sé, supongo que se asustó tanto como yo. No le di tiempo a levantarse, por Dios juro que por nada del mundo hubiese permitido que me tocase con esos dedos que deslizaba sobre el teclado, con mis propios dedos fuera de mí tocándome, me volví y corrí y grité y salí al pasillo con la toalla medio caída, y baje un par de escaleras y aporreé un par de puertas hasta que un vecino sudoroso me acompañó de nuevo arriba tras una hora horrible en la que no dejé de temblar y preguntarme cosas, y explicarle incoherencias al vecino sudoroso sobre alguien en mi casa, pobre, pensaría que me habían violado, y aunque cuando volví acompañada a mi cuarto no había nadie, la luz estaba ya apagada y un sudor frío me llegó con el pensamiento de que tal vez yo me había ya acostado, y estaba metida en mi cama, pero no, al encender la luz que parecía menos amarilla que antes, no había nadie. Juro que obligué a aquel pobre vecino mío a mirar incluso en los armarios y debajo de las camas (era un trozo de pan, al fin) pero no fui capaz de quedarme, busqué a mi gato y le dejé comida, parecía mirarme diferente y yo le veía diferente a él, como si hubiera descubierto un secreto suyo que no debía conocer. Como si fuera culpable de algo o me hubiera entrometido en algo. Me fui a dormir a casa de una amiga. No volví hasta pasada una semana, y con compañía para dormir y hasta para comer durante un tiempo.
Desde entonces no me ha vuelto a pasar. Pero ahora aviso, si voy a salir antes de lo previsto de la bañera. Aviso, llamo a casa, toco el timbre, toco la puerta varias veces, incluso llamo antes por teléfono y oigo el teléfono sonar sólo en la casa sola (mi casa) varias veces antes de volver temprano del trabajo, o salir y de improviso tener que volver a casa a recoger algo, o cuando altero mis costumbres de algún modo. Siempre aviso, para no pillar a nadie desprevenido. Por si acaso.

Vamos a comenzar nuestra andadura internauta publicando algunos artículos y cuentos, que vamos a dividir en varios temas:

- Artículos de sexología
- Cuentos Increíbles (fantásticos, terroríficos, de ciencia ficción...)
- Cuentos eróticos
- Por esa Boquita (recopilación de cuentos en los que un personaje habla, se expresa, y nos introduce un poquito en su mundo).

Tenemos en mente la publicación de artículos de opinión (sociales, y especialmente dedicados a las relaciones humanas y eróticas).

Te recordamos que todo lo publicado está registado por diversos autores y para copiarlo o reproducirlo, debes pedir permiso previamente (todos los derechos están reservados).

Disfruta de la visita. Y envíanos tus comentarios!.
PRESENTACIÓN DEL BLOG:

Estimados y estimadas visitantes:

Creatura es una mezcla de criatura y creación.

Inauguramos por tanto un blog dedicado a la creación.

Vamos a dedicar especial atención a los artículos de sexología, al arte erótico (cuentos, relatos, dibujos, ilustraciones, cuadros, películas, libros, etc) y también a la reflexión sobre la realidad social (también aquí dedicaremos especial atención a la reflexión sobre cuestiones referentes a la erótica y la amatoria).

El erotismo y la sexualidad tienen especial interés para nosotros/as puesto que este blog ha sido ideado en parte, y cuenta con la colaboración la psicóloga y sexóloga: María Victoria Ramírez Crespo.

Os invitamos a visitar su web:

www.lasexologia.com / www.lasexologia.net

Sin más, un saludo, y bienvenidos.