jueves, julio 31, 2008


Érase una vez un clítoris II

En un artículo anterior hablamos de la aparición del clítoris con los reptiles, y mencionamos también que a pesar de que tanto en los genitales de la hembra humana como en los de la hembra del reptil está presente el clítoris, la sexualidad de ambas es muy diferente. En los reptiles, sexualidad y reproducción están íntimamente ligados, no así en los humanos.

Una muestra de que la reproducción no es el único fin de la sexualidad en los seres humanos, es la posición del clítoris en la hembra humana: el glande del clítoris no se sitúa en la entrada de la vagina, y se estimula más fácilmente con caricias (con la mano, con la boca, presionándolo con partes del cuerpo de la pareja como el pubis o los muslos) que con la estimulación del pene en la vagina. Es decir, el glande del clítoris de la hembra humana se estimula más fácilmente con juegos eróticos no reproductivos (no coitales) que con juegos eróticos reproductivos (coito). Y como ya hemos dicho en anteriores ocasiones, cuando se estimula durante el coito, no es por efecto del pene en la vagina, sino porque usualmente la mujer está estimulando de forma indirecta su clítoris (por ejemplo, frotándolo con el pubis de su pareja).

La especie humana ha desarrollado muchos juegos eróticos, entre los cuales el coito es uno más. De hecho, en los mamíferos no humanos encontramos ya una sexualidad mucho más variada y compleja que la de los reptiles. Y esa sexualidad se enriquece aún más en el caso de los primates. Pero comencemos por los mamíferos…

Los mamíferos:

Con los mamíferos, se producen una serie de acontecimientos y cambios en lo que se refiere a la sexualidad, entre los que destacamos los siguientes:

 Aparición del útero en las mamíferas placentarias: El útero surge como cavidad que alberga a las crías durante un periodo de gestación prolongado, y gracias a la placenta (para el alimento de las mismas), permite el nacimiento de crías con un alto grado de madurez en relación a las nacidas de otros grupos.

 La aparición del útero genera la necesidad de una cavidad específica para la salida de las crías. Es así como aparece la vagina, como cavidad independiente.

A diferencia de la cloaca de la hembra reptil, que servía como conducto excretor, urinario y expulsor de los huevos, surge el intestino (en las hembras de los mamíferos), que desemboca en el ano, como vía para expulsar las heces.


Es así como, existen pues dos conductos: ano y vagina, aunque aun el conducto urinario sigue desembocando en el interior de la vagina.

La vagina sirve para la salida de las crías y para la recepción del pene. La aparición de la vagina, es posterior en la evolución de las especies a la aparición del clítoris.

La aparición del clítoris se produjo hace 300 millones de años, con la aparición de los reptiles. La aparición de la vagina se produjo hace 220 millones de años, con la aparición de los mamíferos.

Las paredes de la vagina no contienen los receptores sensoriales que están presentes en la superficie de la piel, que son sensibles a la estimulación táctil (caricias…). La vagina, especialmente en sus dos tercios internos, carece de receptores sensoriales, y no presenta excesiva sensibilidad (excepto para la presión muy fuerte).

La vagina, evolutivamente hablando, no fue desarrollada para el placer, sino para la salida de las crías en el parto, y para recibir el pene del macho. También en los mamíferos, el principal punto de sensibilidad y excitación sexual es el clítoris. Las gatas, las vacas, las leonas, las elefantas… y todas las hembras mamíferas, poseen un clítoris, que se sitúa en la entrada del canal vaginal, el lugar donde reciben más estimulación por parte del pene del macho en la cópula.


 En las hembras de los primates va surgiendo además una nueva modificación: El conducto urinario, tiende a independizarse de la vagina, abriéndose paso hacia el exterior. Así surge la uretra como conducto independiente a la vagina y al ano.

 Y para concluir, uno de los acontecimientos que ha producido los cambios más significativos en la anatomía genital ha sido la adopción, hace 6 millones de años de la postura bípeda.


Todo ello tendrá una importancia fundamental en la sexualidad.

Además de todos estos cambios, en los mamíferos en general (y no sólo en los primates) encontramos ya una amplia gama de juegos eróticos no reproductivos, tales como lametones en los genitales, juegos de cortejo muy variados, juegos de masturbación, mordiscos y persecuciones sin fines agresivos (sino lúdicos), conductas homosexuales, diverso tipo de caricias (con la boca o las extremidades, frotando el cuerpo), etc.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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Érase una vez un clítoris I.

“Los reptiles no sólo inventaron el coito, sino que además lo hicieron placentero”Luis Elberdin. “La polémica clítoris-vagina y la eyaculación precoz”

LA APARICIÓN DEL CLÍTORIS Y DEL PENE

Hace aproximadamente 300 millones de años surgen los reptiles, que colonizan el medio terrestre, medio en el que se desenvuelven y desarrollan.

Para ello, se producen diversos cambios en su anatomía y fisiología:

- Los pulmones de los reptiles se perfeccionan, de manera que pueden respirar perfectamente en el medio terrestre.

- Su piel se transforma, adaptándose a la vida en el medio terrestre, para evitar la deshidratación.

- Y para completar la independencia del medio acuático, los huevos de los reptiles se presentaban envueltos en una cáscara. En el interior del huevo, el embrión se desarrollaba en algo parecido a un medio acuático, protegido por una superficie dura que evitaba la evaporación de su contenido, pero que permitía la respiración del nuevo ser.



Anteriormente a la aparición de los reptiles, la vida animal (peces, anfibios) se desarrollaba en el medio acuático, medio del que dependían para desarrollarse y reproducirse (la reproducción aun no era interna, sino mediante huevos que se desarrollaban y eclosionaban fuera del cuerpo de la hembra, en el agua). Además, el contacto que conducía a la reproducción no se producía en el interior del cuerpo de la hembra, sino que era externo.

Los reptiles tuvieron por tanto que desarrollar mecanismos reproductivos distintos para que la independencia del medio acuático fuera total, y así colonizar un medio terrestre en el que aún se desenvolvían con escasa competencia.

Es así como se desarrollan los mecanismos de reproducción interna, aunque dicha reproducción aún sigue siendo ovípara (el huevo se desarrolla dentro del cuerpo de la hembra).

Puesto que el nuevo ser debe ser envuelto en una superficie dura, para facilitar su desarrollo en el medio terrestre, el huevo debía ser fecundado antes de salir del cuerpo de la hembra, puesto que cuando salía, lo hacía ya envuelto en una cáscara.

La reproducción pasa a ser interna y para ello, tanto en la hembra como en el macho se producen importantes modificaciones genitales para posibilitar este nuevo mecanismo reproductivo, que resultaría ventajoso para ellos:

• APARICIÓN DEL PENE. Ha de desarrollarse en el reptil macho una especie de canuto con el que poder introducir en la hembra los espermatozoides. Esto deriva en un órgano en cuyo extremo residen gran concentración de receptores táctiles (pene).

• APARICIÓN DEL CLÍTORIS. Por su parte, le hembra tuvo que desarrollar un mecanismo que permitiera que la recepción del pene del macho le resultara agradable. La cloaca de la hembra (la vagina no se había desarrollado aun) desarrolla así una estructura en su entrada, cargada de receptores sensoriales: el clítoris. Por su ubicación en la entrada de la cloaca, se aseguraba su estimulación con la introducción del pene del macho.


¿Y LA VAGINA? La vagina aún no existía. Su aparición es muy posterior (en la historia de la evolución) a la aparición del clítoris y del pene. En los reptiles, la penetración del pene del macho se realiza por un conducto, denominado “cloaca”, por el que también se produce la defecación, la expulsión de la orina, y la expulsión de los huevos.



El pene desarrollado por los reptiles macho (tortugas, cocodrilos…) tiene un sistema funcional similar al de los mamíferos: en estado de reposo, permanece plegado cerca del vientre, con un tamaño pequeño. En estado de excitación sexual, un mecanismo hidráulico permite que se llene de sangre, aumentando su tamaño y consistencia. Así es posible la penetración.

En las hembras de los reptiles, el desarrollo de una estructura (el clítoris) enormemente sensible, cargada de receptores sensoriales, en la misma entrada de la cloaca, asegura que la penetración del macho, con los movimientos de empuje, resulte extremadamente placentera, lo que aumenta las probabilidades de que se desee y se permita la penetración en el futuro, y así aumentan las probabilidades de que la especie se reproduzca y perpetúe.

La aparición del clítoris y del pene tienen su origen en la evolución hace aproximadamente 300 millones de años.

Cuando aparecen el clítoris y el pene en los reptiles, la vagina ni siquiera existe, por ejemplo, las tortugas tienen clítoris pero no vagina. El clítoris y el pene son equivalentes, la vagina, sin embargo, no tiene nada que ver (a nivel sensitivo) con el pene. La (in)sensibilidad de la vagina es tal, que un tampón colocado en la misma no produce sensaciones (no sólo no produce placer, sino que la mujer no lo siente), porque la vagina en sus dos tercios internos carece prácticamente de receptores sensoriales. Si la vagina fuera tan sensible como el pene (algo que mucha gente piensa), los fabricantes de tampones tendrían sin duda una industria mucho más floreciente.

Por tanto, los orígenes filogenéticos y la estructura del clítoris y del pene son los mismos y se desarrollan con el mismo fin: conseguir la independencia del agua mediante la reproducción interna y permitir que la fecundación fuera un acontecimiento agradable y tendente a la repetición para machos y hembras.



Sin embargo, los reptiles y los seres humanos son muy diferentes en su sexualidad. En los reptiles, sexualidad y reproducción están íntimamente relacionadas, y de hecho, la cópula es su principal expresión sexual. Pero en los seres humanos, la sexualidad sirve a fines mucho más complejos que la reproducción (la comunicación, la relación, la expresión de emociones y atracciones, el placer… y también la reproducción pero no únicamente la reproducción), y por ello, el coito reproductivo es sólo uno de los muchos juegos posibles.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
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miércoles, julio 30, 2008


La prostitución

El tema de la prostitución es un tema complejo, donde sexualidad y poder coinciden, o donde tal vez el poder desplaza a la sexualidad.

Se podría definir la prostitución como el intercambio de conductas o relaciones eróticas (principalmente genitales) por dinero, bienes o favores. Usualmente cuando hablamos de prostitución, pensamos automáticamente en la prostitución femenina, sin embargo, la prostitución incluye también la compra-venta de relaciones genitales con hombres y con niños y niñas.

A lo largo de la historia la prostitución ha estado presente en muchas culturas, en épocas muy diversas. En muchos casos ha tenido un sentido sagrado, en otros ha sido denigrada y perseguida, impulsando incluso leyes para su erradicación, pero a la vez siendo mantenida por la demanda social de los clientes.

Teniendo en cuenta que a lo largo de la historia, en nuestra cultura (y en muchas otras) el poder económico, político y social ha estado mayoritariamente en manos de varones, no es extraño que en muchos casos hayan sido las mujeres, que disponían de menos recursos, las que hayan intercambiado contactos genitales por recursos económicos.

En la mayoría de los casos, las leyes sociales para su erradicación incluían la persecución y el castigo de la persona que se prostituía (una mujer usualmente), pero no de los clientes. La doble moral con que la sociedad ha juzgado de manera frecuente a los hombres y las mujeres, estigmatizaba a las féminas que se prostituían, pero no reservaba castigo o reproche alguno para el cliente de sus servicios. Incluso a veces, el haber hecho uso de los servicios de una o varias prostitutas, constituye motivo de orgullo o chanza para ciertos varones, especialmente delante de otros varones.

La prostitución como opción… de supervivencia.

La “trata de blancas” designa la esclavitud del siglo XXI. La prostitución con frecuencia se asocia a situaciones de explotación por parte de proxenetas, a la pobreza económica de la mujer que se prostituye, a una situación de adicción, a situaciones de abuso infantil o desestructuración familiar, a la falta de permiso de trabajo que impide acceder a otras formas de ganarse la vida, relaciones de dependencia con el chulo o proxeneta, maternidad sin apoyo económico del padre…

La prostitución para mejorar económicamente, por parte de personas pertenecientes a las clases sociales media-alta, es muy minoritaria, pese a que muchas personas mantienen todavía el mito de que la mayoría de las mujeres que se prostituyen “podrían elegir fácilmente otras posibilidades”, e incluso “disfrutan con ello”.

La prostitución masculina frecuentemente adopta la forma de intercambio de contactos genitales por parte de un hombre joven, hacia otro hombre. En cuanto a la prostitución infantil, desgraciadamente las cifras de la misma en todo el mundo son escalofriantes. Hay muchos países, económicamente deprimidos, como Filipinas, Tailandia, Corea del Sur, etc., donde las autoridades hacen la vista gorda ante los turistas de los países “ricos” que vienen a mantener contactos genitales a cambio de dinero con niñas y niños pequeños o adolescentes.

En 1949 la Convención de las Naciones Unidas difundió una tesis, según la cual la prostitución constituía una forma de esclavitud.
Una mujer adulta o un hombre adulto es libre de cambiar contactos genitales por dinero u otros bienes si así lo desea. Nadie tiene el derecho moral de insultarlo o insultarla, ni denigrarlo o denigrarla por ello. Lo triste es que en muchos casos detrás de este intercambio se encuentra la pobreza, la indefensión, la drogadicción, la situación de explotación o de dependencia… de la persona que se prostituye. En muchos casos no se trata de una libre elección, sino de la elección entre la falta de recursos económicos, y la prostitución.

El estigma social que acompaña a la mujer que vende contactos genitales, no es el mismo que acompaña al hombre que hace lo propio. Un hombre no se convierte en un PUTO con la misma facilidad con que una mujer se transforma en una PUTA. De hecho, la palabra PUTO es inusual y no suele aplicarse, ya que fue creada con la finalidad de denigrar a una mujer.

¿Legalización de la prostitución?.

Convertir la prostitución en “un trabajo más”, ¿vendría a solucionar los problemas de las mujeres que se prostituyen?.

Es obvio que no debería penalizarse a la mujer que se prostituye, no se debería castigar a nadie por su propia explotación.

Ahora bien, ¿debería considerarse “un trabajo más”? A veces, con la consideración de la prostitución como “un trabajo más” se piensa en dignificar a las mujeres que la ejercen, pero lo cierto es que no se dignifica a la mujer, sino que se dignifica a toda la industria del sexo (proxenetas incluidos).

En Holanda, país en el que la prostitución y el proxenetismo son legales, encontramos que las mujeres que se prostituyen en la mayoría de los casos no se sienten menos estigmatizadas por la legalización y despenalización de la industria del sexo, más bien al contrario, se hace a las mujeres más vulnerables frente al abuso ya que, al tener que registrarse, pierden el anonimato. Por este motivo, la mayoría de las mujeres que se prostituyen, a pesar de todo, prefieren proceder de manera ilegal y clandestina. Según indican APRAMP y la Fundación Mujeres, “los miembros del parlamento que en un principio apoyaron la legalización de los prostíbulos, basándose en el supuesto de que esto iba liberar a las mujeres, están viendo ahora cómo la legalización refuerza la opresión de las mujeres”.

Diversos estudios realizados en países que han legalizado la prostitución y el proxenetismo, considerándolos como un trabajo más, muestran que las mujeres no se ven beneficiadas, pero sí (y mucho) los proxenetas y dueños de clubs, que han prosperado mucho convertidos en “honrados empresarios”.

A veces también se presupone que la legalización y despenalización de la prostitución va a regular y limitar la expansión de la industria del sexo y va a suponer un control de dicha industria. Sin embargo, miremos el ejemplo de Holanda, donde la industria del sexo representa ahora un 5 por ciento de la economía del país. APRAMP y la Fundación Mujeres señalan que “durante la ultima década, después de que el proxenetismo y los prostíbulos se despenalizasen en Holanda en el año 2000, la industria del sexo se ha expandido un 25 por ciento. A cualquier hora del día, mujeres de todas las edades y razas son expuestas, y puestas en venta para el consumo masculino en los conocidos escaparates de los prostíbulos y clubes de Holanda. La mayoría de las mujeres provienen de otros países y probablemente han sido traficadas”.

En definitiva, nos encontramos con un tema complejo. Sin embargo, aún aquellos que defienden que la prostitución debería ser considerada “un trabajo más”, ¿estarían contentos o contentas de ver a sus hijas, a sus madres, o a sus novias, ejerciendo “este trabajo como cualquier otro”? muy probablemente no. Tal vez porque en el fondo entendemos que la sexualidad, en un mundo perfecto, debería ser algo compartido por placer y con placer, con buen trato y respeto mutuo, y a ser posible también con algo (o mucho) de cariño y ternura… y elegido libremente, y no como una opción de supervivencia.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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Maternidad, paternidad y romance

En una pareja heterosexual, tras el nacimiento de un hijo o una hija, muchas cosas cambian. Cambian las costumbres, los ritmos de sueño y descanso, los tiempos disponibles para el ocio, y los papeles de los amantes, que ahora pasan también a ser padres.

Todos estos cambios no dejan de influir en la sexualidad de la pareja. Como consecuencia de las jornadas laborales y las tareas domésticas, sumado al cuidado del bebé, muchas personas encuentran más bien poco tiempo para dedicárselo a ellas mismas, y también a su compañero o compañera.

Es usual encontrar en terapia casos de mujeres que han sido madres recientemente y que han perdido el deseo, en la mayoría de los casos como consecuencia de la fatiga y el cansancio que la nueva situación les supone. Menciono a las madres porque frecuentemente se espera que la mujer lleve mayor peso en los cuidados del bebé y de la casa, trabaje o no fuera del hogar. Y lo cierto es que muchas mujeres asumen esta mayor carga de trabajo, de forma que la pareja, como equipo, no se plantea renegociar los tiempos y espacios de cuidados y ocio de ambos.

No obstante, hoy voy a dedicar unas líneas a los hombres que han sido padres recientemente, y las situaciones a las que se enfrentan en sus nuevas circunstancias.

En consulta también se presentan con relativa frecuencia casos de hombres que han sido padres y han perdido el deseo por su pareja. Aunque en estos casos también puede influir el estrés y el cansancio, también es cierto que a muchos hombres les cuesta erotizar a su pareja en su nuevo papel de madre.

Algunos de estos hombres verbalizan que su pareja, en su nuevo papel de madre, les inspira un amor profundo, un gran respeto, y que sienten que estas emociones son contrarias al deseo erótico. En ocasiones también pierden el deseo durante el embarazo de sus parejas, por el mismo motivo. Algunos de los comentarios en estos casos son similares a los siguientes: “la veo como madre, y no como mujer o amante”, “me inspira ternura, y no deseo”, “si le propongo una relación sexual es como si la estuviera ofendiendo”.

Es como si algunos de estos hombres hubieran aprendido que una madre es lo contrario de una mujer con carga erótica.

Y verdaderamente nuestra sociedad nos ha transmitido una idea de la mujer como objeto erótico que es contraria al modelo de la mujer-madre. Por ejemplo, la tradición judeo-cristiana presenta a la Virgen María como el modelo ideal de mujer: una madre que es tan ajena a lo erótico que incluso ha concebido sin necesidad de mantener relaciones coitales. En nuestra tradición, por tanto, se representa a la madre perfecta como ejemplo de castidad absoluta (no en vano es “virgen”). La pureza y la respetabilidad se asocian a la Virgen-madre precisamente porque es virgen.

Hay otros factores que influyen. También, con el embarazo y el parto, el cuerpo de la mujer se transforma. Las caderas y los pechos se hacen más anchos, se gana peso… muchos hombres encuentran estos cambios estimulantes, y a otros les sucede lo contrario.

Las mujeres que han sido madres necesitan sentir que su pareja aún las desea, puesto que en ocasiones se sienten menos atractivas debido a las transformaciones que se han producido en su cuerpo.

¿Qué sucede con las parejas de los hombres que han disminuido su deseo tras la paternidad? La mayoría de estas mujeres no se lamentan por el número de relaciones coitales o genitales que mantienen, sino por el hecho de que “él no las busca”, “no las mira con atracción, no las toca ni las acaricia”. Afirman que “él no las corteja” y que en estos momentos necesitan, más que nunca, sentirse atractivas, sentir que él se interesa por ella “como mujer”.

Mientras la pareja se ajusta a su nueva situación, a sus nuevos roles, y a los cambios físicos que conlleva a veces la maternidad, también deberían intentar cuidarse como pareja.

Ser madre o padre es, desde luego, un suceso importante en la vida, pero no debe llevar a olvidar que esa madre y ese padre también son amantes y son pareja.

A veces, aunque el cansancio y el estrés hacen mella en el deseo (sobre todo en el deseo de contacto genital o coito), sería interesante que la pareja se esforzara por no perder totalmente la chispa de “romance” en su relación. Que no olvidaran mantener el contacto físico, hacerse caricias, dedicarse mimos, abrazarse y tocarse para disfrutar de la piel de la otra persona, regalarse el oído con piropos y halagos, mantener una cierta actitud de “cortejo”.

Para ello no es necesario invertir grandes cantidades de tiempo. A lo largo del día, las miradas, las caricias o las palabras “de amantes” pueden intercalarse con las actividades cotidianas.

Y por supuesto, en la medida de lo posible también es importante reservar algunos espacios y tiempos propios (a solas y como pareja).

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
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¿Existe la eyaculación precoz?

Muchos hombres en la actualidad se preocupan por el tiempo que tardan en eyacular. En las consultas de sexología se atienden con frecuencia a varones que plantean problemas como el siguiente:

“Soy un varón de mediana edad y desde hace tiempo sufro de eyaculación precoz... por más que lo intento, no logro aguantar lo suficiente como para que mi pareja tenga un orgasmo. Lo he intentado todo (pellizcarme, pensar en cosas desagradables…), pero no logro ningún resultado, mi pareja se frustra, yo me frustro, y ya llega un momento en que ni me apetece siquiera… ¿Qué puedo hacer? ¿Existe algún remedio? "
Lo cierto es que la "eyaculación precoz" es más una etiqueta que un problema real. De hecho, entre los profesionales de la sexología, no se ha llegado a ningún acuerdo acerca del tiempo por debajo del cual un hombre debe considerarse "eyaculador precoz".
La mayor o menor tardanza para eyacular es variable incluso dentro de la misma persona, dependiendo del momento, del cansancio, del propio deseo o de cómo se sienta la persona (algo tensa, distraída…). En casos como este es importante plantearse los motivos por los que este hecho supone un problema para el varón. ¿Le preocupa el placer de la pareja? ¿Se preocupa por su propio placer? ¿Por qué motivo?

En muchos casos, detrás de un hombre preocupado por su supuesta "eyaculación precoz", se encuentra la presión (creada socialmente) de que las mujeres tengan orgasmos mediante el coito (solamente o principalmente). De hecho, es una preocupación más típica de hombres heterosexuales que de hombres homosexuales.

Muchos hombres se empeñan en que sus parejas (mujeres) obtengan un orgasmo únicamente mediante este estímulo (coito), y si dicho orgasmo no se logra, consideran que "no han aguantado lo suficiente" o que "no han dado el tiempo necesario a su pareja para que tenga un orgasmo durante el mismo". A veces su parejas comparten esta opinión. Otras veces, en cambio, las mujeres afirman que no les importa cuánto tarda él en eyacular, ya que tienen orgasmos y placer por otro tipo de relaciones eróticas no coitales.

Teniendo en cuenta que, para muchas mujeres (perfectamente normales) la estimulación del coito resulta insuficiente por si sola para la consecución de orgasmos, la solución no es tanto retrasar la eyaculación como cambiar a un tipo de estimulación más adecuada para ella (que incluya la estimulación del clítoris). Si la preocupación del varón tiene que ver con el placer de su pareja, puede hablarlo con ella e intercambiar impresiones al respecto, si no lo han hecho hasta ahora.
El orgasmo conseguido mediante relaciones eróticas distintas al coito es de la misma calidad que el orgasmo conseguido con el coito. Si en algún momento no se consigue con el coito, no es necesario interrumpir la relación, ni tampoco resignarse a que ella no va a tener orgasmos. Simplemente, hay que usar una estimulación erótica alternativa al coito.

Si a pesar de ello la pareja desea aprender a jugar más con la excitación para prolongar algo más el coito, existen determinadas técnicas orientadas al reconocimiento progresivo de las sensaciones pre-eyaculatorias que pueden ayudar (siempre con la guía de un sexólogo/a).
Las cremas, sprays, lociones... u otro tipo de remedios no funcionan en estos casos. Tampoco resulta adecuado pensar en escenas desagradables o poco excitantes para retrasar la eyaculación. En todo caso pueden contribuir a que los encuentros eróticos en los que esté presente la eyaculación, se vuelvan desagradables. En cualquier caso, a las parejas les suele enriquecer mucho ampliar su gama de relaciones eróticas, incluyendo por ejemplo, la masturbación mutua y el sexo oral… o el coito con estimulación del clítoris (todo ello favorece el orgasmo femenino). Si a pesar de ello la pareja no se siente satisfecha, o continúan con preocupaciones, lo ideal es acudir a un sexólogo/a.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
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¿Esclavos/as de las hormonas?

A lo largo de la evolución de las especies se han producido no sólo cambios anatómicos, sino también cambios de otro tipo: en cuanto al tipo de conductas sexuales (más complejas cuando la especie es más evolucionada), y también cambios en cuanto a la determinación hormonal de la conducta sexual.

Los animales vertebrados (incluidos los mamíferos), poseen una “época de celo”, o ciclos de “estro”, que se caracteriza por una búsqueda constante de los contactos genitales, de cortejo y de cópula. En esta época, las hembras emiten señales hormonales, visuales y comportamentales que atraen al macho, y le muestran que se encuentran receptivas para los encuentros.

Fuera de la época de celo, o de estro, las hembras no son receptivas, de manera que los machos ni siquiera suelen realizar intentos de cópula, y si los realizan, son fuertemente rechazados por la hembra. Los contactos de cópula fuera de la época de celo son infrecuentes o inexistentes.

Cuando la hembra se encuentra receptiva, el macho realiza una serie de conductas, más o menos estereotipadas, dirigidas a mitigar la agresividad de la hembra, y que ésta permita el acercamiento (cortejo), el contacto, y también la cópula.

Usualmente los ciclos de estro o de celo están determinados por las reservas energéticas acumuladas por la hembra, y controlados por factores hormonales. La época de celo se produce varias veces al año en determinadas especies (perras, gatas, etc.), y en otras, una vez cada varios años (hipopótamos hembra, elefantas…).

Es importante resaltar que en muchos mamíferos encontramos también “juegos sexuales” como los mordiscos (sin intención agresiva), lametones (que también incluyen a veces los genitales propios y ajenos), y diversos comportamientos sexuales lúdicos y de juego (frotar o pegar los cuerpos, fingir luchas con la compañera o compañero…).

Conforme avanzamos en la escala filogenética, el comportamiento sexual se hace cada vez menos rígido, y menos dependiente de factores hormonales.

En los primates encontramos notables cambios por lo que se refiere a su conducta sexual. Por ejemplo, su celo se hace más frecuente, produciéndose cada cuarenta días aproximadamente. Pero tal vez la variación más significativa es que la actividad sexual de los primates no se reduce a la época de celo, sino que abarca también períodos en los que la hembra no puede concebir.

Por lo tanto, la actividad sexual durante estas épocas no persigue una función reproductora.

Y es que con los primates la sexualidad cumple no sólo funciones relacionadas con la reproducción, sino también que también persigue fines relacionados con el placer, el juego y el refuerzo de lazos sociales.

La sexualidad comienza, de esta forma, a independizarse de factores hormonales.

Otra importante variación es que la sexualidad de los primates no se reduce a la cópula, sino que incluye una enorme variedad de caricias y juegos “eróticos”; en muchos casos incluye también la masturbación en hembras y machos, a veces la estimulación oral de los genitales, y frecuentemente una gran gama de toqueteos, caricias, juegos, y acicalamientos mutuos…

Pero la independencia de factores hormonales en la actividad sexual no es total en el grupo de los primates.

La erótica humana y el estro

En la hembra humana se produce un fenómeno diferenciador respecto de otras hembras primates: la liberación del celo. Es decir, la hembra humana posee una elevada receptividad erótica no dependiente de determinados periodos de celo fuertemente dirigidos hormonalmente (como en otras primates).

En la especie humana erótica y reproducción no son sinónimos, ni mucho menos. La reproducción es una parte pequeña y no siempre presente en un todo mucho más amplio, que es la sexualidad.

La mayoría de los contactos eróticos no sólo no persiguen fines reproductivos, sino que son aconceptivos (no podrían dar lugar a la reproducción, puesto que no son contactos coitales).

Dichos encuentros persiguen otros fines y objetivos (de placer, expresión de afectos, establecimiento de vínculos…), a diferencia de la gran mayoría de especies para las que los contactos eróticos (cópula sobre todo) se encuentran fuertemente ligados a lo biológico (hormonal).

La hembra humana, al igual que el resto de hembras primates, posee capacidad multiorgásmica, aunque a diferencia de estas, la hembra humana puede ser receptiva al contacto erótico:

 en los días menos fértiles del ciclo
 durante el embarazo
 durante el posparto y la lactancia
 tras la menopausia

El placer que la actividad erótica puede reportar va reforzando la actividad en si misma y esta se va desligando aun más de la reproducción como único objetivo. Además, como ya hemos mencionado, el repertorio de conductas eróticas se amplia, de manera que gran parte de la estimulación erótica resulta aconceptiva.

La expresión de la erótica con frecuencia busca el establecimiento, mantenimiento y fortalecimiento de vínculos sociales y emocionales, así como el placer. Por ello, se mantiene incluso en épocas no reproductivas.

Por tanto, aunque sí es cierto que en la especie humana las hormonas influyen en la sexualidad (en el deseo, en la respuesta genital…), no son tan determinantes como en el resto de las especies, y no son ni mucho menos el único factor implicado en el deseo y expresión de conductas eróticas.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
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La media naranja

En relación a la pareja existen ideas que pueden facilitarnos la convivencia, y existen ideas que nos la pueden dificultar considerablemente. Algunos conceptos que se transmiten sobre el amor y la pareja no son excesivamente realistas y no nos preparan para afrontar de forma adecuada los conflictos que puedan surgir en una relación.

En el presente artículo trataremos sobre un mito muy extendido entre la población, y que causa muchas frustraciones: el mito de la “Media Naranja”.

En este mito se asume que cada persona es una mitad de un todo, no es un ser completo por sí mismo/a, sino sólo una parte que se tiene que sumar a otra para formar un todo, siendo esa otra parte “la pareja ideal”. La “media naranja”, con la que se formará “una naranja completa”.

Es una idea se transmite sobre todo a las mujeres, a las que con frecuencia se les hace creer que existe una especie de “príncipe azul”, alguien perfecto para ellas, que les ha deparado el destino, y que tarde o temprano encontrarán.

Este mito transmite varias ideas muy perjudiciales para las parejas de la vida real:

Da por supuesto que los seres humanos no somos un ente completo, sino una mitad incompleta de algo, y solos o solas nuestra existencia tiene menos sentido o menos valor. Es decir, la vida de un ser humano no tiene sentido o valor por sí sola, sino encontrando a su mitad. Y muchas personas sienten realmente que solas no “valen” tanto, y que tener pareja da una especie de “estatus” (esto se transmite sobre todo a las mujeres).

Pero lo cierto es que sólo las personas que saben ser felices con ellas mismas, pueden compartir su felicidad con otro. La felicidad o la satisfacción no es algo que “nos aporte” o “nos de” una pareja. Es algo que tienen las personas por sí solas y por ello pueden compartirlo con otras. Independientemente de que una pareja pueda, efectivamente, contribuir a aumentar una felicidad o bienestar que ya existía.

Habría, además, que señalar que este mito parte de la base de que hay alguien hecho a la medida de cada uno y de cada una, que encaja perfectamente con nosotros (con nuestra forma de ser, de pensar, de comportarnos, nuestros gustos, nuestros ideales…). Por lo tanto en el amor el único esfuerzo que se requiere es el de encontrar “a nuestra mitad”. La mayoría de los cuentos infantiles, por ejemplo, reflejan este mito, y sitúan todas las dificultades y los problemas en ese proceso de búsqueda y establecimiento de la relación de pareja. Y lo demás, ya se sabe, es “ser felices y comer perdices”.

Se supone que una vez encontrada la pareja, y fijada su unión, no es necesario hacer ningún esfuerzo por mejorar la relación o mantenerla, por cuidarla a diario, por prestarle atención y dedicación, por negociar y entenderse. Se supone que no será necesario hacer frente a ningún tipo de frustración o desencuentro, ya que esta persona encajará perfectamente con nosotros en todo.

Puesto que cada persona es una media naranja de otra, si dos personas que son pareja discuten o tienen problemas, según este mito se debería a que no están con la mitad adecuada. Las mitades “adecuadas” no tienen problemas. (No es “el hombre” o “la mujer de su vida”).

Por tanto, se da por supuesto que es el destino, y no el esfuerzo de los miembros de la pareja, lo que inicia y mantiene el amor, y lo que hace que la relación siga viva y en armonía.

Las personas que creen en este tipo de pareja suelen tolerar muy mal las diferencias individuales, interpretándolas como una falta de amor, o incluso como un ataque personal de su pareja hacia ella/él. Cuando se detectan diferencias individuales, (por ejemplo, a ella le gusta el deporte y a él no) se interpretan como signos de que la otra persona no es la media naranja verdadera. No es el hombre o la mujer ideal.

Las personas que mantienen este ideal de pareja con frecuencia desean hacer todas las actividades junto a su pareja, desean que todos sus amigos/as sean comunes, que sus gustos y aficiones sean las mismas, pasar todo el tiempo posible junto a la otra persona… en definitiva, que ya no haya vida individual para cada uno de ellos, puesto que son pareja. En estas personas son frecuentes las afirmaciones del tipo: “si no viene mi pareja, no me lo paso bien”.

Estas creencias tipo “media naranja” son las causantes de los juegos del tipo “adivina lo que pienso”, “adivina lo que me hiciste”, o “adivina lo que necesito”, de forma que comunicar gustos o preferencias se vuelve complicado, fastidioso o problemático.

En terapia las personas con este modelo de pareja suelen utilizar frases del tipo “si me quisiera de verdad, sabría lo que me gusta…”, “si de verdad me amara, se fijaría más y no sería necesario que yo se lo pidiera…”, “no entiendo cómo no se da cuenta, me parece increíble que tenga que explicarle que no me gusta que haga esto…”, “creo que si tuviera un poco de interés se pondría en mi lugar, y no sería necesario que yo le explicara…”.

Y de hecho, muchas de las personas que mantienen estas creencias son auténticos expertos en “leer el pensamiento” de su compañero o compañera (tratar de adivinar sin comunicarse con palabras las cosas). Pero también es posible que uno de los dos no tenga excesivo acierto a la hora de adivinar el pensamiento de la otra persona, y entonces surgen las discusiones.

Lo cierto es que todas las personas, hombres y mujeres, tienen su parte de “príncipe” y su parte de “sapo”. No existen las parejas ideales, sino que existen parejas formadas por personas con más características en común, y que además negocian y se comunican de forma efectiva, de cara a complacerse mutuamente, y a resolver problemas o dificultades que puedan surgir.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
www.lasexologia.com
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Los afrodisíacos más desconocidos

Generalmente, cuando se habla de afrodisíacos, se hace mención a sustancias o productos que supuestamente producen un aumento del placer y del deseo erótico.

Más concretamente, los afrodisíacos se han utilizado buscando potenciar el deseo de coito y de contacto genital, pero se han utilizado con menos frecuencia para potenciar otro tipo de deseos eróticos no genitales (deseo de contacto físico, deseo de caricias…), principalmente porque este tipo de deseos (los no coitales o no genitales) han sido considerados “menos importantes” por la visión reproductiva de la sexualidad que se ha mantenido durante muchos siglos en nuestra cultura.

Algunos de los alimentos y sustancias a los que se han atribuido propiedades afrodisíacas en diversos lugares del mundo son los siguientes:

El aguacate, el ajo, la albahaca, la alcachofa, el alcohol (en muy pequeñas dosis, ya que en grandes dosis es bien sabido que suele causar dificultades con la excitación), la artemisa, la avena, el cacao, el café, la canela, la cantárida (que a pesar de sus supuestas propiedades afrodisíacas no es muy recomendable porque puede resultar tóxica), la coca (con la que sobra decir que también es recomendable la prudencia), las gambas, el ginseng, las guindillas, el hinojo, la mandrágora, la marihuana, la menta, los testículos (de toro, conejo, caballo o ciervo), la miel, la pimienta, el polen, el romero, el tomillo, la trufa, la vainilla, la yohimbina, la zarzaparrilla… entre otras muchas…

También en determinadas culturas se han atribuido propiedades afrodisíacas a los cuernos de rinoceronte, elefante o reno, lo que por cierto, nunca se ha demostrado, pero que sin embargo sí ha causado la persecución y muerte de muchos ejemplares de estas especies.

Puesto que el deseo y la percepción subjetiva del placer son cosas extremadamente complejas en el ser humano, es complicado que la toma de una simple sustancia amplifique el deseo o el placer, especialmente cuando hay determinados factores que puedan estar impidiendo o dificultando ese deseo o ese placer.

Sin embargo, sí que se tiene constancia de la eficacia de otro tipo de afrodisíacos, que en este caso no se ingieren. Puesto que el principal órgano sexual es el cerebro, existen también emociones afrodisíacas, y actitudes afrodisíacas muy potentes.

Es decir, existen emociones, actitudes y conductas que pueden potenciar el deseo erótico y también el placer en los encuentros, y que suelen ser más efectivas que cualquier producto o sustancia supuestamente afrodisíaco. Por otro lado, hay emociones y actitudes que tienen el efecto contrario: son las emociones, conductas, situaciones y actitudes anestésicas, aquellas que disminuyen el deseo y reducen o eliminan el placer en los encuentros eróticos.

Algunos anestésicos del deseo y del placer son los siguientes:

• Los nervios y las preocupaciones
• La intranquilidad (por ejemplo, debido al sitio o la situación en la que se produce el encuentro)
• No gustarse o no aceptarse a uno mismo o una misma
• Los excesivos deseos de complacer a la otra persona (y el completo olvido de los propios gustos y los propios deseos)
• No conocer el propio cuerpo o los propios gustos, o no tenerlos en cuenta.
• No comunicarse, y no comunicar los propios gustos
• Forzarse a hacer cosas que no se desean


Y aquí presentamos algunas de las emociones, conductas y actitudes afrodisíacas, que suelen traducirse en un incremento del deseo y del goce en las relaciones, y que aconsejamos cultivar con esmero.

• La confianza con la pareja, la complicidad, y la tranquilidad en los encuentros
• Los afectos y los sentimientos amorosos hacia la pareja son también potentes afrodisíacos para muchas personas
• Concebir el encuentro como un juego, ir, por tanto “a jugar” (no a competir, ni a “cumplir”, ni a “quedar bien”)
• Preocuparse del antes y el después de los encuentros, y cuidar la relación de pareja en su conjunto (aunque sea una relación breve o de una noche, se pueden cultivar la amabilidad y la ternura).
• Ir al propio ritmo, y no forzarlo para complacer.
• Hacer sólo lo que realmente se desea y decir que no cuando algo no se desee.
• Comunicar los gustos, pedir lo que se desea, y preguntar los gustos de la otra persona.
• Tomar el sexo como un paseo. Disfrutar del camino, y de cada paso que se da. No hay un fin, ni siquiera el coito es un fin, ni el orgasmos… el fin es el contacto piel con piel, las caricias, el propio camino… que pueden acabar en coito o no…
• Concebir el sexo como un menú con muchos platos. Algunos de los platos posibles son: tocar, abrazar, besar, mirar, acariciar, coger de las manos, masajear (o recibir un masaje…),, compartir una actividad agradable con alguien que guste (bailar…), acariciar la piel, acariciar los hombros, los brazos, las manos, la cara, los pies, las piernas, los genitales, masturbarse o masturbar a otro, un coito, hablarse al oído y hacerse cosquillas, compartir intimidades y caricias… muchas posibilidades para muchas personas que pueden darse juntas o por separado.

En definitiva, los mejores afrodisíacos no son ni el chocolate, ni el marisco, ni la canela… sino la confianza, la ternura, la tranquilidad, la complicidad y concebir el encuentro erótico como un juego y un paseo.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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El masaje sensual

En este artículo proponemos un sencillo masaje, destinado a parejas que deseen enriquecer su vida erótica, y pasar juntos un rato agradable de intimidad y contacto.

Pasos para realizar el masaje.

Antes de empezar, se puede realizar alguna actividad agradable con la pareja, como conversar, tomar un baño o ducha juntos, tomar una copa de vino...

Se puede preparar un clima agradable para el masaje, creando un ambiente cómodo, relajado y romántico. Puesto que las caricias se realizan estando ambos desnudos, es conveniente que la temperatura de la habitación sea templada (se puede poner antes una estufa o la calefacción si hace frío). Velas y luces amortiguadas son muy agradables (es conveniente evitar la luz muy potente), pero no son imprescindibles.
Reservad una franja horaria que permita la intimidad, y no sufrir interrupciones (de media hora a una hora). Desconectad el móvil.

De todas formas, estas caricias se pueden realizar también sin tanta preparación, sin velas, sin luces especiales, y también pueden ser disfrutadas. No siempre para acariciarse es necesario un ambiente “especial”.

La técnica del masaje sensual es la siguiente:
Una vez desnudos en el ambiente descrito, uno de los miembros de la pareja se tiende boca abajo y con los ojos cerrados, y el otro le acaricia tiernamente, suavemente, sin prisa, desde la punta del cabello a los dedos de los pies, sin saltarse ninguna parte del cuerpo (excepto el pecho y los genitales).

Si la pareja lo desea, puede también utilizar un aceite corporal que la persona que dé el masaje ha de extenderse en las manos para acariciar de manera mas suave el cuerpo de su pareja. Aceite corporal Johnson por ejemplo, o algún aceite especial para masaje que venden en las tiendas del tipo Body-Shop o Body Bell. En cualquier caso, el aceite, como las velas, no son ni mucho menos imprescindibles.

Debe acariciar todo el cuerpo, salvo los genitales y los pechos. Se pueden explorar los dedos de los pies, los pies, los muslos, el vientre, los brazos, la cara, el pelo y las nalgas… sin olvidar ninguna zona. La caricia debe hacerse lentamente, concediendo quince minutos como mínimo para la totalidad del masaje.
Se trata de un masaje sensual, por lo que es interesante que se prueben toques ligeros y acariciantes, y no sólo amasamientos. Se pueden usar las puntas de los dedos, la palma de las manos, las uñas, los labios o el pelo, e ir probando distinto tipo de caricias.
Una vez que la persona que está acariciando llega a los dedos de los pies, le pide a la pareja que está tendida que se de la vuelta y se repite el masaje sensual por la parte delantera del cuerpo, recorriéndolo en su totalidad, (excepto genitales y senos).
Tras esto, se pueden dedicar unos minutos a preguntarle a la pareja cómo se han sentido, cómo ha percibido las distintas caricias, lo que más le ha gustado, qué sensaciones ha experimentado, y la forma de sus caricias preferidas; también es conveniente que la persona que ha dado el masaje le exprese al compañero/a las cosas que más le han agradado de dar el masaje.

Una vez hecho esto, se cambian los turnos, la persona que lo daba pasa a recibirlo y viceversa. El juego se repite como se ha descrito anteriormente.

Es importante recordar que el objetivo de unas caricias de este tipo no es sentirse excitado o excitada, sino disfrutar del placer de ser tocado y tocar.

Por lo tanto, no hay que buscar que la pareja se excite, o excitarse uno/a mismo/a, sino pasar un rato muy agradable y placentero. La excitación puede producirse o no.

A veces, muchas parejas, buscando sistemáticamente la excitación, olvidan que las caricias por las caricias producen también placer. Haya o no excitación, el contacto piel con piel es fuente de placer e intimidad.

Repetir este tipo de caricias (caricias sin presión y que no busquen la excitación) puede ser muy adecuado de cara a:

- Liberar a la pareja de la expectativa de “deber” o “rendimiento” (él no necesita tener una erección, ella no debe hacer que él la logre, y ninguno de los dos está presionado para alcanzar el orgasmo o que la otra persona lo alcance)

- Aprender a concentrarse en las propias sensaciones y pensamientos o fantasías eróticos.

- Erotizar el conjunto de la piel. Aprender a disfrutar de la sensualidad de todo el cuerpo. No sólo los genitales son sensibles, toda la piel es una fuente de placer. En ocasiones, la educación recibida, especialmente por los varones, hacen que concentren su atención y su sensibilidad en zonas genitales, perdiéndose de esta forma la oportunidad de disfrutar de sensaciones muy placenteras que producen las caricias en otras zonas del cuerpo.

- Practicar juegos eróticos diferentes al coito. Practicar relaciones eróticas que no incluyan los genitales. Enriquecer la relación erótica. Eliminar la idea de que todo aquello que no incluya los genitales, no forma parte de la sexualidad.

- Aprender a ser activos en la relación erótica, y también pasivos. Muchas personas, debido a la educación diferencial que hemos recibido hombres y mujeres, tienen dificultades para adoptar uno de los roles (pasivo-activo), o pasar de un rol a otro. Generalmente, se espera que los hombres adopten un rol activo y las mujeres un rol más pasivo, por lo que muchas mujeres tienen dificultades para mostrarse más activas, y muchos hombres tienen dificultades para “dejarse hacer” en la relación erótica. La flexibilidad de roles en este punto es importante para el disfrute de ambos.

¡Feliz masaje sensual!

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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Las peculiaridades: los materiales del deseo II.

En un artículo anterior mencionamos que en la erótica humana hay muchas peculiaridades del placer y del deseo que nada tienen que ver con el coito, y que no tienen por objeto ni por fin último la reproducción. Mencionamos que la erótica reproductiva (coito) se ha tomado como modelo de “normalidad”, y se ha dado por supuesto que es “lo que le gusta a todo el mundo normal” o “lo que debe gustarle a todo el mundo”.

Sin embargo, el deseo humano se compone de muchas peculiaridades que, por alejarse precisamente del coito heterosexual, ha veces han sido consideradas en muchas ocasiones como “perversiones” o “trastornos”.

Lo cierto es que muchas de estas peculiaridades (las llamadas a veces “parafilias” o incluso “trastornos”), están presentes en gran parte de la población en pequeñas dosis.

Podemos encontrar ejemplos de varias de estas peculiaridades en muchos deseos y gustos eróticos, siendo a veces ingredientes que enriquecen las sexualidades. Incluso las peculiaridades consideradas socialmente más “extrañas” se “cuelan”, veladas y atemperadas, pero presentes al fin y al cabo, en algunas representaciones eróticas del cine y de la literatura, así como en las fantasías y juegos de muchos amantes.

Veamos algunos ejemplos:

- Necrofilia: es posible que las fantasías sobre encuentros eróticos con muertos nos resulten extrañas o pensemos que son tendencias o gustos infrecuentes. Sin embargo, unas pequeñas dosis de esta peculiaridad están incluidas en películas actuales de gran éxito como “Entrevista con un Vampiro”, en la que vampiros (literalmente, muertos en vida) interpretados por actores como Brad Pitt o Tom Cruise, protagonizan escenas de gran carga erótica, que en muchos casos incluyen ataúdes y diversas muertes.

También podemos encontrar ambientes muy del gusto necrófilo en relatos o novelas del romanticismo, en las que las tumbas y los cementerios eran escenarios comunes de encuentros entre amantes. De hecho, todo el ambiente del romanticismo, contiene muchos ingredientes “necrófilos” (ambientes lúgubres, cementerios, fantasmas, noches oscuras…)

Existen frecuentes leyendas que hablan de encuentros eróticos entre vivos y muertos. La película “La Novia Cadáver” de Tim Burton, recrea una de estas leyendas.

- Coprolalia: el gusto por oír o pronunciar palabras obscenas en los encuentros eróticos es una tendencia también bastante común, y que para algunas personas añade sabor al contacto.

- Voyeurismo y exhibicionismo: muchas personas también disfrutan exhibiéndose ante su pareja, o mirando mientras su pareja se acaricia a sí misma, viendo películas o material erótico, u observando a otras personas teniendo encuentros eróticos. Una pequeña dosis de voyeurismo y exhibicionismo está presente en muchos amantes, que hacen espectáculos para sus parejas (pases de ropa interior, mostrarse desnudos, hacer un strep tease…) o disfrutan observando estos pequeños espectáculos.

- Juegos de roles y disfraces: muchas personas disfrutan también disfrazándose, adoptando determinados papeles en el encuentro erótico, vistiendo determinadas prendas (lencería sensual o incitante, por ejemplo…), o encuentran agradable vestir ropas del otro sexo, probarse alguna prenda de ropa de su pareja, etc.

- Zoofilia: en otro orden de cosas, las fantasías eróticas con animales (fantasías que frecuentemente no se traducen en ningún tipo de contacto) son relativamente frecuentes en la población en general. Muchas personas imaginan escenas con animales que no desean llevar a cabo, pero que les producen placer erótico en la fantasía. Otras sí llevan a cabo algunas conductas eróticas que incluyen animales (caricias o masturbaciones con animales domésticos, etc.), aunque son más frecuentes las simples fantasías.

Es curioso mencionar cómo el cine a explotado a veces esta peculiaridad, presentando de vez en cuando a personajes que son una mezcla entre lo humano y lo animal, y que aparecen revestidos de gran carga erótica (por poner algunos ejemplos, el personaje de “Lobezno” de los X-men, o las diversas películas realizadas sobre “la mujer pantera”)


- Fetichismo: en cierto modo, todos los seres humanos son un poco fetichistas. Prácticamente todas las personas con una vida erótica que haya tenido momentos felices, han “erotizado” ciertos estímulos: un olor, una habitación, un color de ojos o un aspecto determinado, una prenda de ropa, una música o sonido, una forma de mirar o moverse… pequeñas dosis de fetichismo son necesarias para enriquecer la vida erótica con recuerdos agradables, para convertir un estímulo neutro en algo potencialmente erótico, que produce alegría y goce porque recuerda a la excitación o al placer erótico de ciertos momentos.

Las historias particulares de cada ser humano con respecto a la sexualidad van configurando los gustos y las atracciones por gestos, conductas, situaciones, o detalles como prendas de vestir y adornos. Es decir, la historia erótica de cada ser humano va configurando determinados “fetiches”.


- Pedofilia: las fantasías con menores de edad son bastante comunes en la población, sin que por ello en muchos casos, esas fantasías pasen de ser más que eso: fantasías. Imágenes o escenas que no se desean en la realidad y que sólo pertenecen al mundo imaginario de la persona. Un ejemplo claro de la presencia de esta peculiaridad sería la famosa novela “Lolita” y la difusión que ha alcanzado. En otros casos, las personas disfrutan llevando a cabo juegos de roles con su amante, asumiendo uno de los dos el papel de “joven seducido/a”, adoptando vestidos o poses de infantes, etc. Sobra decir que las fantasías y la mente son libres, pero que las conductas reales son otra historia, y que es obvio que la sociedad debe proteger y cuidar a los menores, evitando abusos.


- Urofilia, coprofagia: el gusto por la orina, o incluso por los excrementos, está también presente en dosis mayores o menores en gran número de personas. Los genitales y los fluidos son fuente de placer y excitación para muchas personas. El semen, los fluidos vaginales, y también en ocasiones la orina, se asocian a los genitales y el placer que producen. También la estimulación anal o el gusto por lamer o chupar el ano es relativamente frecuente, y es una pequeña muestra de que la urofilia o coprofagia no está tan alejada del común de la población.

En definitiva, mientras se respete la libertad personal, y no se dañe a nadie, resumiremos diciendo que muchas de las conductas y fantasías eróticas que han sido y son consideradas “desviadas” no son en sí perjudiciales ni problemáticas, forman parte de la vida erótica de la mayoría de las personas (en mayores o menores dosis), y son conductas o fantasías que producen un enriquecimiento personal y/o un enriquecimiento de la relación de los amantes.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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Peculiaridades eróticas: los materiales del deseo I

Las peculiaridades eróticas: una mirada diferente sobre las denominadas “parafilias”.

Si observamos las clasificaciones que a lo largo de la historia se han hecho sobre los denominados “trastornos sexuales”, encontramos una sospechosa tendencia a denominar enfermedad o trastorno (parafilias, en su denominación más reciente) a todo aquello que se aleje del coito heterosexual.

En una cultura como la nuestra, que ha creado un concepto de la erótica centrado en el coito heterosexual, todo lo que se aleje o incluso no tenga relación ninguna con dicha práctica, y sin embargo produzca satisfacción o placer erótico, se considerará “extraño”, “raro” o “anormal”. Si se parte de un concepto de la erótica centrado en el coito reproductivo, toda la erótica no reproductiva no se entenderá, su sentido o significado escapará a nuestra comprensión.

Pero es evidente que en la erótica humana hay muchas peculiaridades del placer y del deseo que nada tienen que ver con el coito.

Hace algunas décadas por ejemplo, las caricias orales en los genitales (relación no reproductiva) eran consideradas “una perversión”, y aún son consideradas de esta forma por muchas personas. Freud consideró en su día que las mujeres que tenían orgasmos por estimulación del clítoris (con caricias orales o con la mano), pero no por el coito, eran inmaduras y padecían un trastorno del que debían “curarse” con años de psicoanálisis (“cura” que por cierto, y como el propio Freud reconocía, no solía dar resultado).

También la homosexualidad (que implica relaciones no reproductivas) ha sido considerada durante muchos años una “enfermedad”, un “vicio” y un trastorno, y se han intentado diversos métodos de “curación” que por cierto, tampoco han ofrecido el resultado esperado (la orientación del deseo hacia personas de distinto sexo).

Otro ejemplo sería la masturbación (otra conducta no reproductiva) que ha sido tildada en el pasado de “vicio” y “práctica enfermiza o inmadura”, y aún hoy en día, si una persona disfruta o logra un orgasmo con más facilidad con la masturbación que con el coito, es considerada “extraña” o se piensa que tiene “un problema”.

Y por supuesto, las relaciones eróticas entre personas de edad avanzada (relaciones también no reproductivas), han sido condenadas durante mucho tiempo.


¿Trastornos o peculiaridades?

La antiguamente larga lista de “trastornos sexuales” va poco a poco volviéndose más corta. La masturbación, la homosexualidad, las caricias orales en los genitales, y los orgasmos femeninos no coitales van poco a poco saliendo de la lista de “perversiones y/o trastornos”.

Pero quedan aún muchas conductas y fantasías eróticas que son miradas con extrañeza y/o rechazo, o tratadas directamente como enfermedades. Peculiaridades como el gusto por exhibirse corporalmente y genitalmente ante otras personas, por observar las conductas eróticas de otros, por los juegos de roles (sumisión o dominación, los denominados masoquismo y sadismo), etc.

Lo cierto es que muchas de estas peculiaridades eróticas están presentes en mayores o menores dosis en la inmensa mayoría de las personas. Y también en la mayoría de las personas no llegan a extremos tales que dificulten o imposibiliten sus relaciones, o bien les induzcan a dañar a otras personas.

Podemos encontrar ejemplos de muchas peculiaridades eróticas (a veces catalogadas como enfermedades o trastornos), en pequeñas o grandes dosis, en gran parte de la población.

Un ejemplo: el sadismo de andar por casa

Existen frecuentes casos, por ejemplo, de sadismo en pequeñas dosis (llamémosle “sadismo de andar por casa”) que muchas personas usan para añadir erotismo a un encuentro. Una muestra sería el caso de los amantes que disfrutan dándose pequeños mordiscos (más o menos fuertes), dándose palmadas en las nalgas o clavándose las uñas.

Cuando se habla de sadismo suele suceder que se piensa en los infrecuentes casos de sadismo extremo. Se olvida que esta peculiaridad está presente en pequeñas dosis, y sin causar daño alguno (incluso enriqueciendo la relación) en gran parte de la población.

Otro ejemplo de otra peculiaridad muy frecuente es el denominado masoquismo. Muchas personas disfrutan con los mordiscos suaves, con los arañazos, o con pequeños juegos de sumisión (como que su pareja retenga sus manos o le dé órdenes).

Estos juegos eróticos están presentes en los encuentros de muchas personas. Incluso otros muchos juegos, como jugar a ser atado/a, o a obedecer órdenes, a recibir suaves azotes, etc., son muy frecuentes. Y sin embargo, cuando se habla de “masoquismo”, pareciera que se está hablando de “algo marginal” y extraño.

En muchos casos, se habla de masoquismo para hacer referencia a conductas o deseos extremos, que causan incluso graves daños físicos o psíquicos, casos por cierto bastante infrecuentes, olvidando las pequeñas conductas o pequeños deseos “masoquistas” que comparte gran parte de la población, y que enriquecen sus relaciones y ofrecen más oportunidades para jugar y para el encuentro.

Cuando se habla de conductas masoquistas o sádicas se suele mencionar que es muy importante pactar bien este tipo de prácticas, y hacerlas de mutuo acuerdo. Por supuesto esto es importante. Como también es importante pactar y hacer de mutuo acuerdo los coitos. Sobra decir que en toda relación erótica debe respetarse siempre la libertad y el deseo del otro.

Las peculiaridades son materiales con los que se va construyendo el deseo. Sin su presencia (usualmente en pequeñas dosis), muchos deseos se desmoronarían o se empobrecerían.

Hemos hablado de algunas de estas peculiaridades, pero existen muchas otras. Dedicaremos el próximo artículo a repasar algunas de ellas.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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Comunicación femenina y masculina II

En un artículo anterior comentamos que es frecuente que hombres y mujeres usen estilos de comunicación diferentes. Esto es, que hombres y mujeres usan el lenguaje de manera distinta, y para cosas distintas.

Hoy continuaremos abordando ciertas diferencias de la comunicación femenina y masculina, que con frecuencia producen malestar y discusiones que a veces acaban en terapia… o en ruptura.

Muchas veces las parejas discuten por cuestiones que desde fuera parecen insignificantes y sin importancia, pero que desde dentro se contemplan de otra manera: tras la discusión desproporcionada acerca de qué programa de televisión ver esta noche, de qué hablamos, o qué comemos hoy, a veces se están cuestionando los sentimientos presentes en la misma relación.

Es interesante resaltar que en las terapias de pareja una queja muy común en las mujeres de parejas heterosexuales es que “él no habla”. Lo cierto es que pareciera que muchos hombres sufren un periodo de locuacidad transitoria durante los estadios iniciales de una relación, y después, cuando la relación se ha asentado, se muestran mucho más callados y reservados, y esto no complace muchas veces a su pareja.

Según José Antonio Marina, una mujer no debería preguntarse: “Pepe, ¿me amará siempre?”, sino más bien: “Pepe, ¿me hablará siempre?”, porque lo que después se manifiesta como una queja frecuente de muchas mujeres no es que el no la ame, sino que no le habla.

En terapia son comunes diálogos como los siguientes, que muestran la forma diferencial en que mujeres y hombres entienden el lenguaje y hacen uso del mismo:

Ella: lo que me disgusta mucho es que él nunca me habla. Llega a casa del trabajo, enciende la tele, y no me dice ni mú. Si le pregunto, me contesta con monosílabos, tengo que sacarle las palabras con desatascador.
Él: ¿de qué quieres que te hable? Si es que casi nunca me pasa nada interesante en el trabajo.
Ella: de tus cosas, de cómo has pasado el día, de lo que has hecho, yo qué sé, de algo…
Él: pero, vamos a ver, si en el trabajo me he pasado el día peleándome con compañeros y con el jefe, ¿para qué te voy a hablar de eso? ¿para recordarlo y disgustarme? Pues enciendo la tele y desconecto.
Ella: pues cuéntame lo que has hecho, en qué ha consistido tu trabajo ese día, yo qué sé…
Él: si es que hago lo de siempre, no hay nada importante que contar, no entiendo de qué quieres que te hable si tú ya sabes lo que hago en el trabajo…
Ella: me da igual que no tengas nada importante que comentar, lo que quiero es hablar contigo, que hablemos…
Él: pero si es todos los días la misma cosa… no hay nada que te pueda contar que sea interesante o importante…
Ella: no necesito que sea importante
Él: entonces ¿para qué quieres que te lo cuente, si es insignificante lo que te podría contar? No lo entiendo.
Ella: para hablar de algo… además, tu día a día sí es importante…

En esta situación tan frecuente él y ella no se comprenden porque usan el lenguaje para cosas diferentes. Muchas veces, para las mujeres es importante estar al tanto del día a día de su pareja, y también ponerles al tanto de su día a día, de su cotidianidad y sus circunstancias, de lo que han hecho, lo que han pensado, o cómo se han sentido. Para muchas mujeres, tener conversaciones sobre estos temas es una forma de sentir que están cerca de su pareja, que están “en conexión”, acompañadas, en contacto. Las conversaciones sobre los pequeños asuntos de la vida cotidiana son para la mujer una muestra de que está cercana emocionalmente y en sintonía con otro ser humano. Por ello, también muchas de estas mujeres mantienen con sus hombres conversaciones sobre estos temas.

En muchos casos el hombre no necesita comunicarse sobre su día a día para sentirse cerca (emocionalmente) de su pareja. Muchos hombres se comunican con su pareja cuando hay un asunto grave que tratar, o cuando le ha sucedido algo que considera importante. Puesto que no todos los días suceden cosas realmente importantes, es frecuente que estos hombres no hablen mucho cuando llegan a casa. Esto se suma al hecho de que a muchos hombres no les gusta hablar de sus problemas, especialmente los que no saben cómo resolver, porque les angustia. A la mujer, por el contrario, hablar de los problemas que no tienen solución les suele relajar.

Así pues el hecho es que el hombre en la intimidad de la pareja usa mucho menos el lenguaje que la mujer. Esto no quiere decir que los hombres hablen menos que las mujeres, de hecho, los estudios al respecto muestran que hablan más o menos lo mismo, pero los hombres hablan más en situaciones sociales y con mucha gente, y las mujeres hablan más en situaciones más íntimas y de confianza. En definitiva, en la intimidad de la pareja el hombre suele hablar menos que la mujer.

El siguiente ejemplo de otra pareja lo ilustra bastante bien: ella llegaba todos los días del trabajo y le contaba a él su día, las cosas que le habían sucedido, los encuentros y desencuentros con compañeros de trabajo… él solía escucharla, y añadía de vez en cuando: “pero al grano, ve al grano”. Un día, mientras estaba hablándole y él le urgía a ir al grano, ella le dijo molesta: “es que no hay grano”.

Y lo cierto es que “el grano” para muchas mujeres, no es un dato concreto, sino la propia conversación. Él, por el contrario, pensaba que la conversación de ella tenía por objeto hablar sobre “algo importante o trascendental”, y esperaba en la narración de ella la llegada de eso (“el grano”). Y esto se debe a que posiblemente, él mismo, si hubiera de narrar algo que le ha sucedido en el trabajo, sería para ofrecer algún dato que considerara de bastante importancia (un “grano”).

Otro ejemplo (muy común), sería el siguiente:

Ella: dime que me quieres.
Él: ya lo sabes.
Ella: pero dímelo.
Él: ¿pero para qué? ¿Es que no lo sabes?
Ella: desde luego, te cuesta mucho decirme que me quieres…

Aquí, por ejemplo, él interpreta que el lenguaje se usa para transmitir información. La información sería que él la quiere, y ella se supone que ya tiene esa información, así que ¿para qué repetirla?. Ella, por el contrario, usa el lenguaje para expresar afectos y conectar emocionalmente, por lo que aunque ya sabe que él la quiere, le pide que se lo diga porque le gusta oírlo (al igual que gusta recibir una caricia). Él no entiende el motivo de que ella le pide esto tantas veces y ella no entiende los motivos por los que él no se lo dice. Y acaban enfadados…
Todas estas situaciones que pudieran parecer tontas, son sin embargo una enorme fuente de frustraciones y desencuentros para muchas parejas. Si una mujer piensa que no se comunica lo suficiente con su pareja, suele sentirse muy sola emocionalmente, desconectada y fría con respecto a él. Para muchas mujeres es muy importante sentir que pueden hablar y entenderse, comunicarse con su pareja, comentar “sus cosas” y escuchar las de él. Cuando esto no se produce de forma continua, a veces estas mujeres se sienten muy tristes y frustradas, y muy solas (en pareja). Muchas se sienten desilusionadas y otras piensan que se les ha acabado el amor. A veces esto da lugar a la frialdad en la pareja y a la falta de contactos eróticos (de caricias y/o genitales). Esta frialdad es percibida por él, que puede no entender el motivo del enfado de ella, y comienza una espiral de desencuentros y alejamientos.

Sería importante, por ello, reconocer que no siempre mujeres y hombres somos iguales ni hacemos las cosas de la misma manera, ni nos comunicamos de la misma manera, sin que esto implique que uno de los dos “lo haga mal”, o “lo haga peor”. Distintos, pero no mejores ni peores. Atribuir las dificultades en la comunicación al uso de distintos estilos no es lo mismo que atribuir las dificultades en la comunicación a la falta de amor o de interés de la pareja.

En cualquier caso, no estaría mal que mujeres y hombres intentaran comprender el estilo del otro y aproximarse al mismo, “hablar” un poquito la lengua del otro sexo, de cara a facilitar la armonía en la convivencia.

Cabe señalar que los estilos descritos como “masculino” y “femenino” son más característicos (principalmente por cuestiones educativas) de hombres y mujeres, pero también existen muchos hombres que se comunican con el lenguaje descrito como “femenino” y mujeres que se comunican en un estilo “masculino”.

Comunicación femenina y masculina

Tras las vacaciones de verano, y tras las vacaciones de Navidad, un gran número de parejas acuden a consulta debido a las dificultades que tienen para entenderse y convivir. Las vacaciones son una época en la que los conflictos de pareja se multiplican. En Navidad hay factores que contribuyen desde luego a incrementar la posibilidad de desencuentros, como por ejemplo la no siempre fácil convivencia con la familia propia, y la familia política.

Puesto que existen multitud de factores que pueden influir en los desencuentros de una pareja, en el presente artículo voy a centrarme en uno de los más frecuentes: los estilos de comunicación masculina y femenina.

Detrás de muchos problemas hay una gran incapacidad para la comunicación y la negociación entre los miembros de la pareja. Las preguntas que suelen hacerse y hacer generalmente a la terapeuta o al terapeuta son:

“¿Por qué discutimos tanto?” “No somos capaces de ponernos de acuerdo” “Nos queremos mucho pero aun así nos peleamos frecuentemente” “Recuerdo que al principio de conocernos no era así, pero ahora no se que nos pasa pero estamos todo el día riñendo” “No es capaz de ceder en nada” “Cada vez que hablamos nos peleamos” “¿Por qué no somos capaces de entendernos?”…

Todo esto con la extrañeza característica que acompaña a este tipo situaciones: si hay amor ¿cómo es posible que no exista felicidad en la convivencia?.

Tal y como he mencionado, la comunicación y las dificultades para entenderse suelen estar detrás de muchos problemas relacionales en la pareja. Tanto es así que podríamos afirmar sin equivocarnos que puede ser este el motivo de un gran número de rupturas y separaciones… y en general, de mucha infelicidad.

Estilos de comunicación femenina y masculina

Normalmente hombres y mujeres tienen estilos de comunicación diferentes. Para ser más exactos, hombres y mujeres usan el lenguaje de manera distinta, y para cosas distintas.

Una primera diferencia sería que el estilo de comunicación “masculino” se caracteriza por ser más operativo, encaminado más a la resolución de situaciones y problemas concretos.

Por su parte, el estilo comunicacional característico en la mujer suele ser más afectivo, más emocional. En general, La mujer utiliza el leguaje más para el establecimiento de lazos afectivos y su mantenimiento, y para la expresión de emociones.

También es diferente la forma en que las mujeres y los hombres suelen abordar los problemas, y se comunican sobre los mismos: para ellas, hablar y darle vueltas a un problema, aunque no tenga solución, es en sí una forma de aliviarlo y les relaja. Para ellos, hablar de un problema que no tiene solución es estresante y produce tensión.

De esta forma una pareja heterosexual puede hablar y no entenderse. Muchas veces y sobre todo cuando estas situaciones se repiten a menudo, la incomprensión se interpreta erróneamente como falta de interés, desamor, o actitud irracional de la otra persona.

Un ejemplo muy típico para ilustrar lo que comento: esta sería una conversación entre una pareja heterosexual. Ella tiene un problema en el trabajo, que le está comentando a él:

Ella: ésta compañera de trabajo me está haciendo la vida imposible. Hoy me ha dejado colgada con un cliente, y he tenido que hacer mi trabajo y el suyo.
Él: deberías mandarla a paseo
Ella: sabes que no puedo, está totalmente enchufada con el jefazo. Fíjate que hoy, sin ir más lejos, cuando se ha marchado sin atender al cliente, me ha pedido que le diga yo misma al jefe que tenía que salir a un asunto urgente.
Él: entonces deberías ignorarla. Pasa de ella.
Ella: no puedo pasar de una persona con la que tengo que trabajar estrechamente. Pues como te iba diciendo, se ha largado a un asunto urgente, y el “asunto urgente” era la peluquería, y...
Él: pues entonces, intenta fastidiarla, haciendo tú lo mismo. Déjale el trabajo a ella.
Ella: no puedo hacer eso, soy responsable de mi propio trabajo ante mi jefe, además es mi labor, pero ¿quieres hacer el favor de escucharme?
Él: no entiendo por qué tienes que enfadarte, estaba intentando ayudarte a solucionar tu problema.
Ella: no quiero que me ayudes, sólo que me escuches, si no tiene solución
Él: entonces, ¿para qué le das vueltas? Olvídalo
Ella: es imposible hablar contigo
Él: con quien es imposible hablar es contigo. No hay quien te entienda.


En este caso, la mujer sólo quería “conectar” emocionalmente con su pareja, y expresarle sus sentimientos ante una situación que ya ha meditado, y ante la que no existe solución. El hombre, sin embargo, interpreta la conversación de ella como una petición de ayuda ante un problema que hay que resolver, y con su mejor voluntad, ofrece soluciones al mismo.

La mujer usa el lenguaje para comunicar sentimientos y compartir un estado emocional y el hombre piensa que el objeto de la conversación es resolver un problema. Por ello acaban peleándose.

No había malas intenciones ni desinterés por parte de él (que pretendía aportar soluciones al problema que ella estaba comentando), aunque ella percibe sus intervenciones como una clara muestra de desinterés e incapacidad para escucharla. Ella desearía la escucha y la conversación sobre el tema en sí, pero no le está pidiendo a él que le resuelva el problema. De la misma forma, él interpreta que ella le pide ayuda y luego se enfada porque se la proporciona, con lo cual acaba también enfadado y confuso.

Aquí estoy hablando de estilos generales de comunicación, pero siempre hay que recordar que no todos los hombres son iguales entre sí, ni tampoco lo son las mujeres, y no todas y todos responden a estos patrones. Pero en general, es cierto que el uso de diferentes estilos de comunicación produce muchos quebraderos de cabeza a ellas y a ellos.

En el próximo artículo dedicaré otras líneas a este tema.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
www.lasexologia.com
www.lasexologia.net

Posturas coitales y placer II

En un artículo anterior dedicamos unas líneas a comentar posturas para realizar el coito heterosexual, introduciendo además caricias en el clítoris de la mujer.

Como vimos en un artículo anterior, la mayoría de las posturas descritas para el coito han prestado más bien poca atención (o ninguna en absoluto) a la estimulación simultánea del clítoris de la mujer (ya sea por ella misma, o por parte de su pareja), suponiendo erróneamente que con la caricia del pene en la vagina la mujer debe tener suficiente estímulo como para llegar al orgasmo.

En el artículo anterior comentamos la postura coital “del perrito” (ella a cuatro patas y el situado detrás, realizando ambos la penetración vaginal). También hablamos de otra postura en la que él está tumbado de espaldas y ella se sienta encima de él con las piernas abiertas, estando ambos de cara. En ambos casos era sumamente sencillo añadir la caricia del clítoris al coito.

Tomemos ahora otra postura coital: él está tumbado, y ella está sentada encima de él, pero dándole la espalda. En esta postura también es sumamente sencillo que ella misma se acaricie el clítoris con la mano mientras ambos realizan el coito. También sería posible que lo acariciara él, estirando un poco el brazo, aquí cada pareja tendrá sus preferencias.

Cabe señalar que si ella está en la misma postura, sentada encima de él, y se está acariciando el clítoris (o él se lo está haciendo a ella), aunque no haya penetración, en muchos casos podrá tener igualmente un orgasmo.


El coito echados de lado o semi-echados, puede incluir fácilmente las caricias del clítoris, como puede observarse en la ilustración.


En las posturas coitales de costado, donde ambos miembros están echados o semi-echados en una superficie horizontal sobre el costado izquierdo o derecho, la penetración también se puede simultanear sin problemas con la estimulación del clítoris, tanto si ambos están echados de lado y mirándose, como si están de costado y ella le está dando la espalda a él (postura que algunos denominan “de la cuchara”). La estimulación del clítoris se puede realizar cómodamente, con la palma de la mano, con los dedos, etc., en función de los gustos particulares de la mujer. Una vez más, basta con que él alargue la mano un poco, o que ella lo guíe en la caricia de sus genitales, o que lo haga ella misma. A algunas parejas, por ejemplo, les gusta que sea ella misma la que se acaricie el clítoris mientras él coloca su mano sobre la de ella y sigue sus movimientos.


El “tradicional” misionero se puede realizar con o sin penetración

Postura “del misionero” sin penetración.

¿Qué sucede con la tradicional postura “del misionero”? ¿No es posible añadirle a esta postura la caricia del clítoris? Lo cierto es que en una postura como la que figura en esta ilustración, la estimulación directa del clítoris con la mano de él o de ella resulta complicada, puesto que los cuerpos están pegados.

En esta postura, el frotamiento del pubis de la mujer, y del conjunto de la vulva, con los genitales de él, y especialmente el pubis de él, es suficiente para que algunas mujeres (minoría) tengan un orgasmo con o sin penetración. Pero no es lo más frecuente, lo más frecuente es que precise estimulación más directa del clítoris (con la mano, etc.).

De hecho, si en la postura “del misionero” se realiza penetración, las mujeres que tienen un orgasmo lo obtienen principalmente por el frotamiento de su clítoris sobre el pubis de él, y no por la estimulación del pene en la vagina (que puede ser agradable para muchas mujeres, pero que no suele desencadenar un orgasmo en la mayoría).

Por ello, algunas parejas realizan esta misma postura pero sin coito, tumbándose juntos y compartiendo abrazos intensos y movimientos de “frotamiento” mutuo y rítmico, pero sin penetración (esto sería parte de lo que se ha denominado “petting”).


Las preferencias de las mujeres en el coito


El coito para algunas mujeres puede añadir un aliciente o un poco más de placer a las caricias en el clítoris, aunque no para todas, ni en la misma medida.

Muchas mujeres en el coito prefieren estar ellas sentadas encima de él (ambos de cara), porque controlan el roce de su clítoris con el pubis de él moviéndose según sus preferencias, y con ello, logran mejores sensaciones, y una estimulación más efectiva del clítoris.

Otras mujeres gustan de vivir por separado el orgasmo (que logran con caricias en el clítoris) y el coito (como algo placentero aunque en muchos casos no les lleve a un orgasmo), compartiendo ambos con la pareja. De esta forma algunas mujeres tienen relaciones coitales para disfrutarlas aunque no haya orgasmo, y también comparten con su pareja relaciones no coitales con el fin de tener un orgasmo.

Y es que aunque aquí nos hemos dedicado a hablar sobre coito y clítoris, sobra decir que también se puede hacer el amor sin coito. El sexo no coital también incluye juegos y posturas de los que disfrutan muchas parejas, y de los que hablaremos en otros artículos.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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Las posturas coitales y el clítoris


Llama la atención que existiendo tantas posturas descritas e ilustradas para realizar el coito heterosexual, se haya prestado tan poca atención a las posturas y las formas de estimular simultáneamente el clítoris de la mujer (ya sea por ella misma, o por parte de su pareja).

Esto nos da una idea de hasta qué punto se ha ignorado la sexualidad femenina. Simplemente se ha asumido que a ella debe gustarle lo mismo que a él, y que no debe necesitar nada más para disfrutar.

Sin embargo, y como ya hemos visto en otros artículos, el estímulo del pene en la vagina no es suficiente para llegar al orgasmo en la inmensa mayoría de las mujeres. Por el contrario, lo más frecuente es que las mujeres alcancen el orgasmo principalmente por estimulación del clítoris. Cito aquí, para no extenderme, los resultados del Informe Hite sobre Sexualidad Femenina, que mostraba que el 72% de las mujeres que no lograba un orgasmo en el coito, pero el 93% sí lo tenía con una estimulación distinta a la que recibía durante el coito (esto es, con la mano, con caricias orales, etc.).

¿Clítoris y coito?

Muchas mujeres saben cómo llegar al orgasmo en la masturbación a solas, pero no tienen orgasmos durante los coitos con su pareja. En estos casos, la mujer podría comunicarle a él el tipo de caricias que disfruta, el ritmo y la presión más adecuados, para poder compartir con él el orgasmo.

Una vez que la mujer sabe estimular sus genitales para llegar al orgasmo con la pareja presente, o incluso ha aprendido también a hacerlo él, se puede unir esta estimulación al coito de cara a hacer también del coito un juego placentero para ambos.

En el coito propiamente dicho, existen muchas posturas en las cuales el varón o la propia mujer pueden estimular el clítoris de ella, a la vez que realizan la penetración.

Tomemos un ejemplo: la postura coital denominada “del perrito” en la que se realiza la penetración vaginal por detrás (estando la mujer “a cuatro patas” y su pareja situada detrás), resulta muy atractiva para muchos varones, y de hecho en las películas pornográficas se repite con frecuencia. En esta postura se puede simultanear la penetración vaginal con la estimulación del clítoris femenino (algo que, por cierto, ya no suele aparecer en las mencionadas películas pornográficas).

La estimulación del clítoris la puede realizar la propia mujer, o también la puede realizar el varón. Al principio, las caricias de la propia mujer pueden resultar incluso más apropiadas, ya que ella misma es la que siente las caricias que recibe, y con ello, las puede ajustar y controlar más adecuadamente para llegar al orgasmo.

Después, puede explicarle a su compañero, dirigiendo incluso su mano, para que lo haga igual que lo hace ella misma.

En el caso del varón, basta con que alargue un poco la mano, y la introduzca entre los muslos de la mujer, para que llegue sin problemas a estimular el clítoris, siempre y cuando él haya aprendido previamente cómo acariciarlo.

La mujer también le puede indicar a su compañero durante el coito cómo ir variando dicha estimulación para que se ajuste más a su gustos (más deprisa, más despacio, un poco más suave, con un ritmo más rápido, con caricias más indirectas del clítoris… etc.).



Las instrucciones no necesariamente tienen que romper el encanto de la situación, sino que en muchos casos se pueden tomar como una parte más del juego erótico, con sentido del humor y como algo lúdico, que aumenta la intimidad, el conocimiento mutuo, e incluso para algunas parejas resulta divertido.

Tomemos por ejemplo otra postura coital: el está tumbado de espaldas, y ella está sentada encima de él, estando ambos de cara. En este caso, mientras realizan la penetración la estimulación del clítoris se puede producir de la misma forma: puede hacerlo ella misma, o puede hacerlo él con la mano.

Algunas mujeres en esta postura coital estimulan de forma indirecta su clítoris, frotando su pubis contra el pubis de él. De esta forma, algunas mujeres tienen así orgasmos durante el coito, sin acariciar con las manos su clítoris, porque lo están acariciando de forma indirecta el frotarlo con el pubis de él. En realidad el orgasmo viene producido en estos casos más por la estimulación indirecta del clítoris que por la penetración en sí. Pero resulta curioso señalar que algunas parejas (mujeres y hombres) que realizan esta postura coital con resultado de orgasmo femenino, atribuyen a la penetración, y no a la estimulación indirecta del clítoris, el orgasmo de ella.

Sin embargo, es preciso mencionar que esta estimulación indirecta del clítoris no basta a la mayoría de las mujeres para llegar al orgasmo, según muestran todos los estudios sexológicos. En algunos casos, por tanto, no sería mala idea unir una estimulación más directa del clítoris con el coito, si es que se pretende que la mujer tenga orgasmos con el coito (aunque otra posibilidad es que ella tenga orgasmos con relaciones no coitales).

En algunas ocasiones existen prejuicios con respecto al hecho de que sea la propia mujer la que se acaricie el clítoris estando él presente. Una vez más, nos encontramos con cierta presión social para que la mujer se comporte de forma pasiva en los encuentros eróticos, y deje en manos de él su sexualidad (su estimulación, sus caricias…), en esta caso se manifiesta bajo la idea de que la mujer no debe tocarse a sí misma para producirse un orgasmo, y menos si él está presente.

A veces los roles establecidos restan a ambos posibilidades de amarse y disfrutar juntos. ¿Por qué habría de ser el hombre siempre el que acariciara su clítoris? ¿Cuál es la razón de que deba ser él el que lo haga? Él no es el responsable del orgasmo de ambos, y a veces el que ella se haga cargo de su propia estimulación en la relación erótica puede traducirse en mayor satisfacción para ambos y un reparto más equitativo de papeles (ella se responsabiliza de su propia sexualidad, y él participa pero no tiene la presión de obtener el orgasmo de ambos).
En otro artículo dedicaremos unas líneas más a hablar de este tema. Me despido con una cita de la mencionada autora Shere Hite: “A partir de mis investigaciones, no creo que sea “un problema” que las mujeres, en general, no alcancen el orgasmo durante el coito, dado que la mayoría de ellas lo alcanza de otra forma y suelen disfrutar con el coito en las circunstancias apropiadas. No hay ningún problema, salvo que la definición de sexo que conocemos excluye la estimulación que las mujeres necesitan. El problema no son las mujeres, sino la sociedad que debe cambiar su definición de sexo”. Tal vez sea esta errónea definición de “sexo” la culpable que de los manuales de “posturas coitales” hayan olvidado sistemáticamente al clítoris femenino.

María Victoria Ramírez Crespo
Sexóloga y psicóloga
Asociación Lasexologia.com
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